Hoy nos visita un escultor de gran prestigio, que ha
recibido numerosos reconocimientos y distinciones a lo largo de su carrera, Ricardo
García Lozano.
Este amigo nació en el año 1946 en la ciudad de Villanueva
de la Serena (Badajoz).
Algunas de sus obras engalanan plazas y calles de Don Benito,
el Monumento a la Constitución, el Monumento al Emigrante, el Busto de Enrique
Tierno Galván o el Monumento a la Virgen de las Cruces.
Su obra es muy extensa y está repartida por toda la
geografía española, hasta en el Congreso de los Diputados exhibe uno de sus
bustos e incluso ha realizado otro al rey Felipe VI.
Tal vez le recordaréis porque protagonizó un capítulo del
video “El Puente de las Hadas”.
y hoy, con este relato, nos muestra otra de sus
facetas.
DOÑA NATI, Por Ricardo García
Doña Natividad de Cerrudez en sus años de soltería había
llevado, más con forzada altanería que con orgullo, el compuesto y pintoresco
apellido de Penco-Peregrino. Había tomado con el cambio de estado, si no con
contento, sí con cierto alivio, el de Cerrudez y dejado el suyo tan
chocantemente evocador.
Un apellido que, en peregrinación a Compostela para ganar el
jubileo, había sido el regocijo de todo el grupo cuando el guía, más a menudo
de lo que era estrictamente necesario, llamaba en voz, también,
innecesariamente alta a la señorita “Penco–Peregrino”. Pareciale a ella, y tal
vez no le faltase razón, que sobraban llamadas y sobraba volumen en las
llamadas.
Digna viuda de don Ernesto Cerrudez, cuyo trágico fin había
tenido lugar cuando se atravesó en su camino un hueso de aceituna.
Impresionó vivamente
a la vecindad, tanto la tragedia como el nimio motivo; y puso en trance de
desaparición la Peña Ajedrecística Salcillo, a la que pertenecía Don Ernesto.
Según contaban los que decían saberlo.- Don Ernesto Cerrudez
que era habilitado de clases pasivas y despachaba en el tercer piso del inmueble nº 15 de la calle de
Argensola en la capital, todos los días apenas los sones del reloj de la Puerta
del Sol empezaban anunciar la una de la tarde, bajaba con calma y grave ademán,
por Argensola hasta el cruce con la de Orellana, en cuya esquina estaba el
Café-Bar Salcillo -sede de Peña Ajedrecística del mismo nombre-a tomar el aperitivo.
El bar pertenecía y estaba regentado por Teófilo Calvero.
Teófilo de mozo, vino a Madrid desde su Murcia natal a rendir servicio
militar. Servicio cumplido, en la
disyuntiva, opto por permanecer en la capital, pues pareciale más fácil allí
encontrar trabajo y medios. Duros y largos años de esfuerzos, trabajos y
desvelos, preñados de días de quebrantos, sin faltar noches quebrantadas; le habían
proporcionado suficiente ahorro, para la entrada de un bar, que bautizo
“Salcillo”. Si así le llamó, fue más
por apellido materno, que por su genial paisano. Aunque, con el correr del
tiempo y como los asiduos al bar estaban ciertos que el nombre era en honor al
gran escultor; renunció Teófilo a cualquier aclaración, concluyendo que bien
podía honrar madre y artista a un tiempo; pensando, quizás un poco bruscamente,
que así mataba dos pájaros de un tiro.
Como tenía
afición al ajedrez; adquirida en dominicales tardes del Retiro y como fuese
sabiéndose tal afición; varios vecinos, clientes fijos del local, propusieron
fundar y estatuir una Peña Ajedrecística, a la que se llamó por unanimidad
“Peña Ajedrecística Salcillo”. El presidente de la tal Peña era el Párroco de
Santa Casilda, don Servando Malaespina, y el secretario y tesorero don Marcial
de Arenillas; empleado en despacho de abogados de la vecindad. De Arenillas era
menos que mediano jugador, pero gran organizador y tenía la palabra fácil y
persuasiva.
Don Ernesto Cerrudez, vocal de la junta directiva, tenía
costumbre en la tarde de los viernes hacer partida con don Servando y los
sábados con algún otro aficionado. El luctuoso día de su muerte, don Ernesto tras tomar el habitual
vermú rebajado, de la una de tarde,
disponíase a regresar a su despacho y continuar la revisión de
pensiones, cuando pisó un hueso de aceituna;
con tan mal pie y tan mala postura que
resbaló cayendo de espaldas y golpeándose, en la base del cráneo, con el borde de la mesa de
mármol en la que, con esmero y arte, estaban encajados los escaques en dos
colores y en la que en ese mismo momento
se jugaba una emocionante partida. Es unánime y sin fisura la opinión entre
testigos, numerosos, pues en ese momento varios seguían con interés la
disputada partida, de que en mismo momento en que el vencedor de la justa
ajedrecística decía ¡mate!, Don Ernesto se desnucaba. Estas circunstancias
impresionaron vivamente, la por otra parte fácilmente impresionable, opinión
del vecindario. Tres días de luto guardo el Salcillo y los mismos tres días
guardó la Peña.
Cuando, tras el luto, el Café-Bar Salcillo abrió de nuevo
sus puertas; en el cartel colgado de la pared del fondo, al lado de una mala
foto de Bobby Fischer sacada de un periódico, además de la prohibición de “cantar y escupir en el
suelo”, ya existente y además de la posterior aclaración añadida entre
paréntesis “ por junto o por separado”, consignada al preguntar un gracioso “si se
podía cantar sin escupir”; dos nuevos anatemas figuraban.- “ Prohibido
terminantemente comer aceitunas y decir mate”.
La Peña Salcillo estaba, pues, en situación crítica. Jugar
al ajedrez sin decir mate es como, con justeza lo apuntaba don Servando, (que
antes de ser cura había querido ser torero), torear sin toro. Mal le venían
dadas a la Peña y más de uno veía ya avecinarse su final. En tan crítica
situación, el de Arenillas tuvo una idea que, en principio, expuesta a los
miembros de la junta directiva, fue acogida con entusiasmo. Se convocó asamblea
general y todos los socios acudieron, menos un tal Gamero, que, aunque socio y
al corriente en el pago de cuotas no iba nunca ni siquiera a jugar; se decía,
entre los peores pensados, que ni siquiera sabía mover las piezas. La silla que
en la directiva ocupaba don Ernesto permaneció vacía, adornada con un gran lazo
negro.
Tomo la palabra el de Arenillas, expuso la crítica situación
por extenso y ya su verbo fácil se iba haciendo difícil de soportar a la
concurrencia, cuando propuso como solución que en la Peña Salcillo, en vez de
decir mate al concluir la partida se dijese con la misma voz triunfal
¡Cerrudez¡. No solo para soslayar la prohibición del dueño del “Salcillo”, al
que, como buen murciano, no habían podido torcer en su voluntad; si no también,
como homenaje al compañero tan dolorosamente perdido. Todos se mostraron de
acuerdo y cuando don Servando tomo la palabra para concluir la sesión; pues como
presidente tenía ese derecho y deber, en un momento inspirado dijo “a partir de
este día las partidas que se celebren en esta peña saldrán las negras y no las
blancas"; alterando así una norma que es universalmente aceptada en todo
el orbe. Si la propuesta del de Arenillas lleno a todos de contento, la de don Servando
los puso al borde de emocionadas lágrimas. Solo el secretario–tesorero quedó un
tanto amoscado, pues pensó que bien podía haberle puesto en antecedentes don
Servando y no quiso dar crédito a las reiteradas aseveraciones de que había
sido una inspiración momentánea. Pero como es bien sabido. - “nobles causas
abortan mezquinas querellas”; y como
noble era la causa, y mezquina la querella; don Servando y el de
Arenillas se reconciliaron sin tardanza.
La que lloró sin reparos
fue doña Natividad cuando supo el homenaje y siguió llorando cuando le
comunicaron que la pensión sería más bien baja. No está bien averiguado si tan
baja pensión se debió a laxitud de la ley entonces, pues fue esto varias
décadas atrás, o porque del mismo modo que decimos “en casa del herrero
cuchillo de palo”; tal vez, sea licito decir “en casa del habilitado, papel
traspapelado”. Por una u otra causa, el
caso es que la pensión resultante fue muy exigua. Los pocos duros que le dieron
de la colecta de la peña, apenas le arreglaron nada. Con su hija Ernestina de
trece años y con tan poca pensión algo tenía que hacer. Por fortuna tenían piso en propiedad y era
grande. Cambió, modificó, redistribuyó y con muebles prestado o donados por
parientes y vecinos abrió al público fonda o pensión, para siete y con un poco
de apretura para ocho, en tres habitaciones dobles y una sencilla que en
apurados casos podía hacer de doble. La antigua salita se dispuso como
dormitorio de hija y madre. Al salón que antes apenas se usaba se le acabo la
holganza, pues a mas de salón, hizo de comedor, de sala de tertulia, de salón
social, de juegos, de veladas radiofónicas y de musicales veladas.
Para hacerse
nombradía y clientela, puso precios bajos con miras a subirlos cuando el
público supiese de su seriedad y buen servicio. Con esta medida y la buena
situación, pues estaba cerca de Ópera en la calle del Espejo pocos portales
antes de su unión con la del Arenal, no tardo en ocupar 4 o 5 de las plazas que
ofrecía. Es bien sabido que los estudiantes de provincias poseen un sexto
sentido; una especie de fino olfato para los precios bajos. Casi todos los
inquilinos eran estudiantes que mantenían la plaza de un año para otro, aunque
en verano, las dejadas libres en vacación eran alquiladas a visitantes de corta
estancia. A pocos días de la apertura,
ocupo plaza y durante años la mantuvo, un sordomudo portugués de apellido
Coehlo, que tocaba el acordeón en bautizos y entierros y que, por la costumbre
de apoyar el oído derecho en la caja de instrumento para mejor oír, había
venido a ser rolo.
Decía el portugués en
lenguaje de signos, pero con fuerte acento. - “eu pongo a música en os momentos
mais importante das persoas humana quando nasceu e quando morreu”. Sabían los estudiantes como hacer tocar al
sanfonerio Coehlo.- tras una copa de cazalla sacaba el portugués la sanfona;
tras una segunda tocaba algunos aires de
repertorio y tras la tercera se arrancaba por fados. Era de todos conocido que
mientras cazalla hubiese, fados habría. Si la cazalla empezaba a faltar lo
fados se iban espaciando y tras una nota tremola la sanfona callaba y el
sanfoneiro dormía. Un anestesista en prácticas tenía tan buena mano para
dosificar la cazalla que con un cuarto de litro podía sacar fados al sanfoneiro
durante toda la noche, si doña Nati lo hubiese permitido. Era el portugués simpático, bueno y muy
querido por todos en la fonda.
La
larga estancia del portugués en la pensión “Doña Nati”, dio cierta notoriedad a
la fonda en el departamento de Policía que controlaba la estancia de inquilino
en la capital. En el resumen que presentaba doña Nati siempre se destacaba
Coehlo con la formula “tres personas y un portugués”, si ese era el caso, o
“cuatro personas y un portugués”, si el caso así era.
Tras
cinco años abierta, la fonda se había hecho un nombre y Ernestina una mujer,
como bien habían observado los estudiantes que no la quitaban ojo; aunque sin
propasarse en lo más mínimo, pues la joven sabia ponerlos en su sitio sin
perder para nada la compostura. Con cortesía y con gracia mantenía las
distancias.
Si no hubiese bastado la cortesía y gracia de
Ernestina ahí estaban las patillas de doña Nati, que hubiese inspirado respeto
al mismísimo Don Antonio Cánovas. Sentían los estudiantes un reverente respeto
por Doña Nati y ninguno se atrevía a propasarse con Ernestina. Solo el
anestesista puso su buena mano para la cazalla donde no debía, en un intento
que termino muy mal y que ya contare más adelante.
Las
patillas de doña Nati habían surgido de forma misteriosa e inexplicable. Apenas
tres meses de la muerte de Don Ernesto, en el terso rostro de Doña Natividad,
aparecieron unas pelusillas que no le dio importancia por lo reciente del
triste suceso y los problemas derivados del cambio de situación.
Pasado
otro trimestre, los inocentes y apenas perceptibles pelillos que orlaban el
rostro de la patrona, empezaron a negrear de una forma amenazadora, fue al
médico a ver si le daban razón de aquella extraña anomalía. "Será algo
idiopático o tal vez hormonal"; le dijo el médico a ella. "Vaya
patillas que le están saliendo a la Señora"; Se dijo el médico a sí mismo.
La tranquilizo al decirle que seguramente en unas semanas cesaría el proceso y
que su rostro recuperaría su anterior apariencia.
Al año
traía y lucia a su pesar Doña Nati unas patillas fernandinas, chulescas y un
punto acanalladas, que hubiesen sido la envidia del Tempranillo. Con los años,
achaques y penas, las patillas de doña Nati se volvieron amofletadas y
encanecidas; a lo Ibsen. La ciencia médica no pudo dar explicación del extraño
fenómeno y fueron consultados varios especialistas.
Lo que
no pudo explicar la ciencia, lo explico sin ningún embarazo doña Clemencia, una
vecina que tenía fama de vidente, curandera y médium. Explico que el espíritu
de don Ernesto se había manifestado en Doña Nati, como admiración por la
energía y resolución de su viuda. Pensó la viuda, que, ya puesto a
manifestarse, el espíritu de su difunto bien podía haber elegido una forma algo
menos ostentosa y más útil. Pero ya se sabe. - el mundo de los espíritus es un
mundo incógnito, que solo conocen bien los que apenas conocen el mundo de los
vivos.
Doña
Clemencia, que años atrás había sido asistenta en labores de limpieza de un
Laboratorio de Investigación Médica, había reunido algunos términos científicos
sin saber muy bien su significado y los había unido a términos que suelen
emplear los videntes, magos y otros artistas astrales y había creado un numero
de frases, que hubiesen vuelto loco a un científico por lo astral y a un astral
por lo científico. El caso es que el lenguaje de doña Clemencia inspiraba, tal
reverencial respeto a los "sujetos objetos del experimento astral”, como
llamaba ella a los incautos que se ponían en sus manos, que empezó a ganar
fama. Después tuvo suerte, de que dos o tres trastornos curasen
espontáneamente, poco después de que ella hiciese según sus palabras "una
intervención piscofísica astral". Aunque naturalmente ella lo consideró
consecuencia de su poder psico-mental y energía astral; que vaya usted a saber
que era aquello.
En un
cartelón colgado en la puerta de su vivienda había escrito doña Clemencia
" VIDENTE, CUARANDERA Y MEDIO MEDIUM". Cuando era preguntada porque
solo medio-médium y no médium entera, ella explicaba que era debido a sus
extrañas sesiones de espiritismo. Como sabe todo el que ha tenido trato con los
espíritus, estos cuando la médium cae en trance, por medio de su órgano vocal
con voz extraña y alterada dicen sus mensajes de ultratumba, o bien la mano del
médium, por medio una escritura automática y espasmódica escribe comunicados
del más allá. Cuando doña Clemencia entraba en trance; lo que sucedía más o
menos rápido, según hubiese dormido la noche anterior; el receptor de radio,
aún sin estar conectado a la toma de corriente, comenzaba a emitir y los
espíritus ya utilizando la voz de Bobby Deglané, ya la de Raúl Mata, según
preferencia del espectro convocado, enviaban sus mensajes de ultratumba.
Chocante resultaba al principio oír a tan insignes locutores en tales
circunstancias; pero pronto se echaba a ver, que, aunque la voz era de ellos,
los mensajes eran astrales sin ninguna duda.
Se oía
decir, valga como ejemplo, a Bobby Deglané.
Con su inimitable estilo. - "Candeli soy vuestro tío
Fadrique; estoy acá que para vos es él más allá, para decidle que el aderezo y
los dientes de oro de la abuela están tras de la piedra suelta del gancho del
caldero". Aunque hay que señalar que los mensajes no solían ser ni tan
explícitos ni tan vilmente materialistas. El éxito de doña Clemencia como
médium nunca pasó de mediano; parece ser que el componente tecnológico de las
sesiones no causaba buena impresión ni en él más allá, ni en él más acá
El
éxito que doña Clemencia no logró como médium le alcanzo y en alto grado como
curandera. El más famoso de sus casos
fue el del tuerto Benito Centeno, que por el buen resultado obtenido y por las
circunstancias que concurrieron al solucionar el caso, llevaron a Doña
Clemencia a la cumbre de su fama.
Benito
había sido tuerto desde la niñez, como tenía buen conformar, no dio importancia
a su defecto y tampoco se preocupó demasiado de las burlas que de él hacían algunas
personas, que seguramente lo único que tenían mejor que Benito eran los ojos.
Como digo nunca se preocupó de sus ojos hasta que quiso formar familia y vio
que las mozas a las que se acercaba no miraban con buenos ojos sus malos ojos.
Una, tal vez la más sincera, le dijo que a ella no le parecía mal pero que con
su defecto no podría casarse.
Fue
Benito a ver a doña Clemencia, de la que le habían contado cosas increíbles,
que de tan increíbles que eran la mayoría de los vecinos se las creían.
Para
tener cabal idea de la credulidad de los vecinos, nada mejor, que dejar notas
de las especulaciones que se hicieron sobre el inquilino del cuarto piso del
edifico donde estaba la pensión. En la tarjeta del buzón de la portería figuraba.
- "Dos Luís Santa-Mendía - Químico - 4º A ". Era un individuo
extraño, de barba y cabellos blancos con gafas y delgado. Por vértigo o
capricho subía y bajabas las escaleras con la espalda apoyada en la pared y
cuando oía acercase cualquier otra persona, se detenía con la espalda bien
apoyada, de modo que los vecinos que se cruzaba con él, nunca sabían si subía o
bajaba. Además, al cruzarse con alguien el químico cerraba y abría
repetidamente los ojos muy deprisa y luego, con el dedo medio de la mano
izquierda se encajaba bien las gafas en caballete de la nariz; pues con los
espasmódicos movimientos de los ojos se le habían descolocado. Un observador
sagaz se habría dado cuenta de que tras colocarse bien las gafas si sus ojos se
dirigían hacia la derecha es que subía y si izquierda es que bajaba. Nunca
hablada y respondía a los saludos con una suave inclinación de cabeza. Las extrañas maneras, y él haberle visto
varias veces con enormes libros bajo el brazo, llevó a pensar a los vecinos que
lo de "químico" debía ser una tapadera y que era en realidad un
brujo. Pensaban que allí había gato encerrado y no les faltaba razón; pues no
solo había gato encerrado, sino gato y gata, ya que una pareja tenía el
"brujo" en su casa. Ambos felinos eran de la misma raza y exactamente
iguales en forma, color y pelaje; la única diferencia entre ellos era que el
macho era doble en tamaño que la hembra.
Como el vecindario
solo habían visto o uno u otro nunca los dos juntos ¿quién puede culparlos que
llegasen a la lógica conclusión de que el brujo administraba una pócima al
animal que le hacía cambiar de tamaño? Una vez conocidos los turbios manejos
del brujo, los vecinos, antes de salir se asomaban a la escalera para ver si veían
y si le veían esperan que subiese o bajase antes de subir o bajar ellos.
Pensaban con temor que aquellos repetidos y rápidos gatillazos o eran mal de
ojos o eran ojos malos. Los estudiantes que se reían de la candidez de los
vecinos fueron los más temerosos del brujo. El Sr. Santa-Mendía que vivía en
feliz ignorancia de las elucubraciones que sobre él se hacían - ningún vecino
se hubiese atrevido a manifestarle la opinión del vecindario - no se cuidó en
absoluto de deshacer el equívoco y ya puesto creo que, aunque hubiese conocido
aquellas absurdas fantasías se hubiese cuidado de aclararlo. Era poco
convencional en sus relaciones.
Continuado
con doña Clemencia y Benito decir que tras examinar la vidente al
"sujeto", le llevo a una habitación apartada, le dio no sé qué droga
y le quedó dormido. Cuando Benito regreso de su "viaje cósmico
astral" su ojo tuerto estaba derecho, pero había habido dos pequeñas
complicaciones; "dos efectos secundarios indeseables”, que alteraron el
ánimo de Benito. El primero de ellos fue notable y notorio. - Su ojo bueno se
había torcido. Vino pues Benito a tener sano el ojo tuerto y tuerto el ojo
sano. Doña Clemencia con serenidad, sangre fría y voz que rezumaba experiencia
dijo que ya imaginaba ella algo así y que casi lo esperaba, pues la
"energía visual" de Benito estaba unida entre las sienes, así que
cuando un ojo cambiaba el otro también. El concepto que tenía la vidente de la
visión era un tanto simple y mecánico; creía que, más o menos, los ojos humanos
eran como los de aquellas muñecas de la época que tenían los ojos unidos con un
alambre y un contrapeso que cuando se las acostaba escondía los ojos tras los
párpados.
Benito
pidió explicaciones que ella habría dado sin pedírselas. Dijo Benito, que para
esto no habría hecho falta ninguna experiencia astral, ni cósmica, ni de otro
tipo. Que, puestos a ser tuerto, quería serlo como antes, pues por lo menos ya
estaba acostumbrado y que ahora veía las cosas muy raras, como " con otros
ojos " dijo muy atinadamente.
Doña
Clemencia le tranquilizó, diciéndole - el experimento se repetirá las veces que
haga falta, hasta que los dos ojos quedasen parejos -. Cada semana se repetía
la experiencia, de modo, que Benito siete días tenía bueno el ojo derecho y
siete días el ojo izquierdo. Al principio el "sujeto-objeto" llevó
bien la cuenta de que ojo era el de fiar y todo fue bien; pero después de algunas
semanas perdió el hilo y estuvo a punto de sufrir serios accidentes por poner
su fe en el ojo no de fiar.
Pasados
dos o tres meses, los ojos, ya por estar cansados de este insensato bailoteo o
porque el vaivén a que habían sido sometido los músculos oculares los hubiese
fortalecidos, tras una sesión astral los ojos de Benito quedaron parejos.
El
segundo efecto secundario fue aún más notable, pero tardo más tiempo en
manifestarse, o al menos en caer Benito en la cuenta que lo que le sucedía era
debido al experimento de doña Clemencia. Cierto día que Benito quería apagar
una vela, se dio cuenta sorprendido en extremo que en vez de soplar daba
besitos a la vela quemándose los labios.
Mayor
fue aun su confusión, cuando ya con ojos curados y novio, la primera vez que
intento dar un beso a su futura en el cuello, la soplo en vez de besarla. Lo
que había sucedido es que, tras el experimento, Benito cuando quería besar
soplaba y cuando querían soplar besaba. La incómoda y exótica situación pudo
remediarla Benito, cuando cayó en la cuenta de que si lo que quería era besar,
lo que debía hacer era soplar, pues su alteración haría que su soplido se
convirtiese en beso. Su novia cuando ya sabía cómo conseguir sus besos le decía
con inocencia. - " Benito si me quieres, sóplame", con el
consiguiente escándalo del observador casual que, al oír aquella extraña
petición, se ponía en lo peor
Es
pena, que conociendo el concepto tan mecanicista que tenía doña Clemencia del
organismo humano, no podamos oír su explicación a este extraño fenómeno.
Este
éxito y las circunstancias tan extravagantes de la curación extendieron la fama
de Doña Clemencia varias manzanas a la redonda.
Benito
pudo casarse y fue a vivir a Albacete, donde su suegro tenía un pequeño negocio
y durante tres años, según me contaron, tuvo los ojos en buen estado, pero cuando
su mujer dio a luz su primer hijo, tal vez de la impresión, Benito quedo tuerto
de los dos ojos. Hizo un viaje a Madrid con el único propósito de ver a Doña
Clemencia y exigirle remedio a sus ojos y a su soplar-besando y besar soplando,
pero, nada pudo hacer, puesto que unos meses atrás, la vidente no vio venir un
coche que la atropelló y acabo con su vida.
Ricardo García
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