lunes, 23 de octubre de 2017

DON BENITO. FANTASMAS DE DORMITORIO




Basado en hechos reales. Por dovane63

La mayoría de las veces no busco las historias, estas vienen a mí por sí solas como si tuvieran vida propia y quisieran que se contaran, ese día, lo que me llevó a reunirme con Adela (llamaré así a la protagonista de este relato, pues quiere preservar su identidad) fue una causa bien distinta a la historia de hoy y aún no sé cómo terminó contándomela.


Hace ya unos años, Adela acababa de dar a luz en Madrid a una de sus hijas y poco tiempo después se trasladó a Don Benito, ciudad donde sigue residiendo.

Vivía por aquel tiempo feliz junto a Pedro, su marido, en una casa céntrica y grande. Una mañana tras levantarse su marido para ir a trabajar, sin saber por qué, fijó su mirada hacia una esquina del dormitorio y cuál no sería su sorpresa que vio un rostro, el rostro de un hombre.

- Me quedé petrificada, me comenta.

- Me miraba fijamente, pensé que serían alucinaciones o que quizás estaba soñando, pero no, cerraba los ojos y seguía ahí y me miraba, me miraba.

De un brinco saltó de la cama y se fue para la cocina, serían las 6:30 de la mañana, Pedro aún no se había marchado al trabajo y estaba preparándose un bocadillo.

- ¡Pedro, Pedro, que hay un rostro en la habitación, que hay un rostro en la habitación! ven a verlo, y sabes… me parece que es el tío Miguel.

- Oh, el tío Miguel… pero si el tío Miguel se ha muerto. ¡Anda! Que no tienes más que tonterías.

Pedro la acompañó a la habitación y no había nada, ni rastro.

- Ves, debe de haber sido un mal sueño, una pesadilla.

Al día siguiente a la misma hora, volvió a aparecer el rostro.

- Pedro, ¡míralo que está ahí, está ahí! ¿no lo ves?

Su marido no veía nada de nada por más que lo intentaba, cuando se levantó Pedro, Adela se fue a la habitación de las niñas y no volvió a entrar en el dormitorio, se sentía aterrada, esa misma mañana salió de casa y se dirigió a casa de D. Delfín, el cura, pues era y es una mujer muy creyente.


Le conto su caso muy nerviosa, a lo que el sacerdote la respondió:

- Bueno, bueno, hay gente que tiene un don para eso, no es el primer caso que conozco, tú háblale y pregúntale qué es lo que quiere.

No salía de su asombro, jamás se habría esperado esa respuesta.

- Buff…  ¿tú sabes lo que me entró por el cuerpo, Antonio? Pensaba que si le tenía que decir a Pedro que tenía que hablar con el rostro, me diría: ¡esta mujer está loca!

CONTINUARÁ


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