sábado, 9 de julio de 2022

EL CRIMEN DE RENA


 
 

EL CRIMEN DE RENA

Por DOVANE63

 
La nueva centuria había arrancado tiñendo de luto nuestra comarca, una serie de atroces crímenes como los de Doña Catalina Barragán y de su hija Doña Inés María Calderón a manos de uno de estos caciques, a los que había que sumarles los del llamado “Crimen de la Glorieta”, acontecidos todos ellos en Don Benito, llenaron las páginas de la crónica negra.
 
Pero no fueron los únicos, pues en mayo de 1906 tuvo lugar… 
 

EL CRIMEN DE RENA

 
CAPITULO I - SAN ISIDRO SANGRIENTO
 
Rena, es una pequeña población que dista unos 16 km. de Don Benito, a la que pertenece judicialmente. En la actualidad posee poco más de 600 habitantes, en la época que nos ocupa contaba con bastantes menos, el censo de 1897 indicaba 190.
 
Sobre su origen, lo atribuyen a los legionarios romanos del tiempo de Domiciano, que le pondrían el nombre de Reno, en honor al caballo del emperador, equino que figura en la actualidad en su escudo heráldico, en campo de sinople desguarnecido de oro junto a la cruz de los Templarios, pues esta población resurgió en el XII bajo el impulso de esta Orden.
 
15 de mayo de 1906, el pueblo está engalanado, balcones y ventanas están decorados con mantones de Manila y colchas, las puertas con macetones y sus vecinos visten ropa de domingo, pues se celebran las fiestas en honor a San Isidro.
 
 


 
Se sirven platos de ajoblanco, caldereta y peces del río Ruecas, acompañados de vino y aguardiente. Mercachifles y charlatanes llegados de toda la comarca animan la actividad comercial, los productos coloniales son lo más apreciados pero ese año el más requerido es un ciego que canta romances acompañado de una vieja zanfoña mientras su lazarillo vende “pliegos de cordel” cuyo argumento es el terrible crimen de Don Benito.
 
En el pueblo de Don Benito
provincia de Badajoz
un execrable delito
a poco se cometió.
 
En la calle del Padre Cortés
una familia habitaba,
compuesta de tres personas,
siendo las tres apreciadas.
 
La madre, señora anciana,
a falta de su marido,
a dos hijos que tenía
les cuidaba con cariño.
 
Son las 5 de la tarde y en la plaza del pueblo se reúne un gran gentío esperando las reses que han de ser capeadas, de repente el público empieza a inquietarse, hablando unos con otros y dando señales de gran sensación.
 
- ¿Qué ha pasado, que pasó? Preguntan.
 
- ¡Que han matado a un hombre a la salida de pueblo, en el Gamonal!
 
 
 
CAPITULO II - LA HUIDA
 
Vecinos y visitantes que alborotados gritan sin cesar, abandonan la plaza del pueblo. Recorridos unos doscientos metros la multitud se agolpa sobre el cuerpo de un hombre que yace en el suelo sin movimiento, al parecer cadáver.
 
- ¡Dios bendito! Es Pedro el vaquero, marido de mi prima Antonia.
 
- ¡Virgen Santa! ¿Quién habrá podido ser? Murmuraban observando el cuerpo aparentemente sin vida del infortunado.
 
- ¡Canallas, asesinos! gritaba un arriero que había sido testigo de los hechos.
 
- ¡Yo los vi, yo los vi! Eran dos, el pastor se defendió a garrotazos, pero el más "achaparrao" le apuñaló por la espalda y "aluego" salieron huyendo por lo pando camino de Villanueva.
 
 
 

 
 
En esos mismos momentos dos hombres van perdiendo el resuello corriendo sin parar, uno de ellos lleva una profunda herida en la cabeza, la sangre apenas le deja ver y se detiene para descansar pues no puede más, el otro le mira con los ojos desencajados y grita:
 
- ¡Ajilando Antonio! que ya se ve el cerro Aceuchal.
 
Diego que es como así se llama, pero al que todos conocen como Benito, es primo de Antonio, lleva sus manos ensangrentadas y aprovecha la parada para lavárselas sacando un cubo de agua del pozo de una huerta.
 
- Ese vaquero me ha “breao” a palos, dice Antonio, mientras se refresca con el agua del pozo echándosela sobre la cabeza.
 
Un hortelano, que está saneando sus tierras, se percata de la llegada de los dos hombres prevenido por su perro, que no deja de ladrar y, llama su atención.
 
- ¡Eh! ¿Qué hacen ahí?
 
Antonio suelta el cubo que cae violentamente al fondo del pozo y, reanudan la huida siendo perseguidos por el perro del hortelano durante unos metros.
 
Todo el brocal del pozo está manchado de sangre, algo que hace inquietarse al pobre campesino mientras observa cómo se acercan al galope varios jinetes, dos de ellos son Guardias Civiles y el otro, le resulta fácilmente reconocible pues monta una potranca colorada que, tan solo un día antes, hizo el amago de darle una coz por la cañada del cerro de la Horca, es D. Fermín, veterano de la guerra de Cuba y hermano del Sr. Juez Municipal. Porta un fusil mauser modelo 1893 y al cincho lleva su viejo revólver Anitua.
 

 
 
- Imagino a quienes buscan ustedes, van corriendo como alma que lleva el diablo camino de aquel cerro, ¿Qué son, ladrones?
 
- Algo peor, algo peor, son: criminales, contesta D. Fermín.
 
 

 CAPITULO III - CAUTIVOS

La pareja de guardias detiene la persecución de los fugitivos para rastrear el terreno. D. Fermín también descabalga y saca de una raída funda de cuero sus potentes binoculares marca Aitchisons, esos que tan buen resultado le habían dado en sus jornadas de caza y observa el terreno palmo a palmo, a los lejos, en el cerro Aceuchal algo llama su atención, una pequeña y casi imperceptible sombra.

-  Mire cabo, ¡ya los tenemos!

Efectivamente, los dos hombres que habían abandonado el camino de Villanueva para no dejar pistas de su ruta de escape habían sido localizados.

-  Nos separaremos, para rodearlos, dijo el cabo de la Benemérita. Vd. D. Fermín, suba por aquí, estos bicharracos ya no se escapan.

Los dos fugitivos habían decidido ocultarse en el cerro hasta la caída del sol para después, amparados en la oscuridad de la noche, llegar hasta Villanueva, allí se aprovisionarían de ropa limpia y algo de dinero con el propósito de huir lejos, muy lejos, hasta México donde tienen unos parientes que habían emigrado años atrás.

Antonio, el más joven está agotado, la huida le ha dejado sin fuerzas e hinca sus rodillas en la tierra y rompe a llorar, llora de dolor por la paliza que le dio el vaquero y de miedo por su destino.

- Nos darán garrote como a esos dos señoritos de Don Benito.

- Seguro que no primo, confía en mí, no llores, verás como todo sale bien y no te pasa nada.

-  Eso es hablar con la boca chica, yo solo pienso en mi madre y en Teresa ¿Qué va a ser de ellas?, dijo Antonio.

Como torrentes que fluyen tras una tormenta, los perseguidores no dan tregua a la caza y van estrechando el cerco, hasta desembocar donde se ocultan los dos primos.

- ¡Calla Antonio! que me parece escuchar algo.

Unas tórtolas, que descansan en una encina, alzan su vuelo espantadas ante la presencia de D. Fermín, que revolver en mano se acerca hacia ellos.

¡Arriba las manos o por Dios que os mato!

Tras ellos aparecen los dos Civiles, que carabina en mano, cierran el cerrojo de sus armas.

-  ¡Alto a la Guardia Civil!

-  ¡Yo no he hecho ná, yo no he hecho ná! dice el lloroso Antonio.

-  Estate quieto, a ver si vas hacer alguna que jieda, replica el cabo.

Diego aprovecha el gimoteo de su primo para escapar barranco abajo, tras él sale D. Fermín que le persigue y dispara al aire su revolver ... ¡bang! ¡Bang!... Diego se detiene y alza sus brazos. 

 

CONTINUARÁ