El amigo que nos visita en el día de hoy, tampoco dudó un solo
momento en sumarse a esta iniciativa. Nos habla en su relato de sus orígenes y de
la añoranza que siente por volver a Don Benito, por una parte, lógico, pues, aunque
dice que nació por tierras de Castilla-La Mancha, en realidad es extremeño,
porque los extremeños nacemos donde nos da la gana y nos tira la tierra,
estemos donde estemos.
Me dice que no puede aportamos nada especial y, que si no
me vale su artículo lo elimine sin más, pero creo que se equivoca, sí que aporta
y mucho.
Tan solo con leer las primeras líneas ya intuimos que
estamos en manos de un gran narrador. Nos hace viajar en el tiempo y recordar épocas
de cuando por cualquier circunstancia estábamos lejos y sobre todo nos hace reflexionar,
meditar… sobre estos tiempos de confinamiento, una época que nos está llenando
de nostalgia, no vemos la hora de recuperar a amigos, lugares o familiares. Me
manda también una foto que capturó de facebook, de la calle Cañón, de la casa de
su tía María, foto de otro gran viajero en el tiempo, nuestro amigo el universal
D.S. Cordero.
Juan Martín-Mora Haba, se define como un enamorado de la
vida, nació en Ciudad Real en el año 1944, último destino de sus padres
dombenitenses. Es Perito Mercantil, Periodista y ha cursado Geografía e
Historia y Humanidades en la Universidad de Castilla La Mancha. Desde muy
temprana edad trabaja en Medios de Comunicación y Agencia Estatal Tributaria.
Dedicado a la escritura, ha publicado ocho volúmenes dentro
de la novela y otros testimoniales y biográficos. Ha obtenido numerosos premios
de relatos, además de reconocimientos varios, en el mundo de la comunicación
(radio, prensa y televisión), alguno de alcance internacional.
LA TIERRA DE MI SANGRE
por Juan Martín-Mora Haba
Esas palabras pronunciadas con el acento peculiar que las
hacen más profundas, sobre todo aspirando la hache hasta convertirla en jota,
siguen resonando en mis sentimientos a pesar del tiempo y la distancia. Las
escuchaba en la tierra de mis padres y hermanos, Don Benito, de la que salieron
hace muchos, muchos años. Después de varios destinos, el último fue Ciudad
Real, donde nací yo.
La memoria me devuelve el recuerdo de aquellas calles y
edificios del lugar extremeño, pero sobre todo el de las personas: familia y
amigos, como consecuencia de mis idas y venidas, a su encuentro; especialmente
los veranos, durante las vacaciones escolares coincidiendo, a veces, con las
fiestas de septiembre:
- Cuando llegue el mes de las
frutas, iremos al pueblo -decía mi madre, cada vez que le preguntaba por ese
desplazamiento de encuentro familiar, de año a año.
En los primeros tiempos de mi vida, eran unos viajes en
tren, que parecían eternos y agotadores, oliendo a carbonilla y filete empanado,
mezclado con el sudor del verano; unas veces de pie en el pasillo o, con
suerte, sentado sobre el tapizado del asiento corrido, en el departamento, si
concedían espacio los que sesteaban durante el trayecto, saliendo de vez en
cuando a estirar las piernas, enderezando el cuerpo, también, dejando al
cuidado de alguien el asiento conseguido, o cediéndolo a otra persona, mientras
aguantase el cuerpo.
Juan junto a otra gran escritora, Espido Freire, la
ganadora más joven del Premio Planeta.
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Más tarde, cuando fui mozo con coche, el viaje era por una
carretera, que a pesar de ser nacional, su trazado y conservación, se hacía
casi tan penoso como el lento discurrir por los jierros de las vías férreas. La goma de las ruedas, cada viaje recibían
la herida profunda de las piedras del camino, perdiendo el aire amortiguador de
la cámara, atornillando la de recambio y buscando el taller reparador, ante la
posibilidad de un nuevo incidente. Raro era el viaje sin pinchazo.
Juan y el gran Forges |
Al alcanzar el Embalse de García Sola, el coche se alegraba
y yo también. Llagar a Don Benito ya era un tramo fácil y posible desde 1962.
Pero hasta descubrir la ruta, tuve que perderme muchas veces, pensando que no
había manera de llegar, mientras observaba un cielo por el que surcaban
hermosas aves de rapiña, planeando en círculo, ante una posible presa pegada al
suelo como ‘El Chiriveje’ de ‘La Nacencia’. Imaginándome la
posibilidad de encontrarme con Luis Chamizo, que me diese razón del buen camino
hacia El Miajón de los Castúos y, en concreto, la tierra de los Calabazones
sabios, manso y güenos; esos de
hablar sereno y entrañable parlamento, con su gorra o sombrero, y mucho
conocimiento debajo. Manos rudas y fuertes, que saben apretar y hacer fuerza
donde deben, tendiéndolas con noble corazón, sabiendo perdonar a los rivales, y
recibiendo a los amigos sin preguntar nada, mostrando complacencia por volverlos
a ver.
Al avistar la fábrica de conservas vegetales, que mi madre
decía de pimientos, el resto era ruta amable, con castillo incluido y, pronto,
el parque; el hermoso parque. Unas veces me adentraba en la ciudad por la Avenida
Primero de Mayo y, otras, por la calle Fernán Pérez, hasta llegar a la Plaza de
España, lugar de encuentros. Y de ahí, a la calle Cañón, por una de las dos
salidas, a derecha o izquierda.
Quiero volver. No sé si podré esperar a un tren nuevo, por
lo largo que se me hace y la prisa que tengo, o hacerlo por la carretera
remendada, asfaltada y lisa, pero con las curvas de siempre. Me emocionaré ante
los cambios de la ciudad, pero sobre todo, me amordazará un nudo en la garganta
al echar de menos tanta gente ausente, por la muerte o la distancia. Algunos
estarán bajo las frías lápidas del cementerio, y otros muchos se habrán ido, buscando
otros horizontes de oportunidades, como mis padres hicieron. Por eso, yo soy
manchego por nacimiento, y extremeño de sangre por descendencia, además de
español porque lo siento. Pero al volver, encontraré amigos nuevos junto a
otros de mucho tiempo atrás, unos mozos y otros viejos. Recorreré las calles y
lugares donde la memoria me lleve y aquellos que conocí vivieron, por si
alguien me habla de ellos, dónde están y adónde fueron. Que quien lleve mi
primer apellido compuesto, algo de rama tendrá de aquel árbol primero; y los
del segundo, también han de ser esencia de mi alma, porque así lo siento. Porque
no hay viento que se lleve lo que son las raíces, donde germinó el amor a los
nuestros.
Martín-Mora es mi primer apellido y Haba el segundo, pero
también Parejo y Morcillo, mis padres fueron.
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Me satisface, y mucho, tener recuerdos constantes de la tierra de mis ancestros. Aunque yo naciese en La Mancha, por mis venas hay algo de 'El miajón de los castúos'. Orgulloso de ser hijo de 'Calabazones'.
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