Un artículo de mi admirado Leo Bassi hizo que me decidiera a escribir sobre este tema, dicho artículo es un fiel reflejo del tiempo que ahora vivimos, un extracto dice así:
“Antiguamente el trabajo del bufón consistía en dar a
entender al pueblo que los poderosos eran unos impresentables. En
ridiculizarlos. Es lo que yo sigo tratando de hacer con mis espectáculos.
Pero
ahora ya casi no es necesario, la realidad nos está superando a los bufones.
Los poderosos se están cayendo por su propio peso. La gente lo está viendo por
si sola”.
Inspirado en él, hoy traigo una nueva serie, en este caso los protagonistas son los bufones. Espero que sea de vuestro agrado y siga dando pie a interesarnos por la historia.
EL BUFON DE ESPAÑA
Se conoce la
bufonería en España ya desde los tiempos de Alfonso X “El Sabio” y se
denominaba bufón a aquel que se fingía loco en Palacio.
Se habla de esta
“profesión” en el libro que lleva por título “Guzmán de Alfarache” de Mateo
Alemán en el cual se habla de la naturaleza que tiene que tener estos
personajes, de los gestos de su cuerpo y de que estos tienen que hacer gracia
por sí solos.
Pablo de Valladolid no nació en Valladolid, sino en Vallecas
(el que era de Valladolid era su padre). Trabajaba en la corte de Felipe IV
como bufón, pero a diferencia de otros bufones que inmortalizó Velázquez, Pablo
no tenía ninguna minusvalía física o psíquica. Era simplemente un graciosillo
que hacía reír a la corte con sus bromas. Sus servicios a la corte están
documentados desde 1633, cuando se le dio casa de aposento fuera de palacio,
pero es posible que sirviese desde antes de esa fecha.
Murió el 1 de diciembre
de 1648, según informaba por carta la infanta María Teresa a sor Luisa
Magdalena de Jesús, demostrando su afecto por el personaje. Enterrado de favor
en la parroquia de San Juan, dejó como herederos de las dos raciones que tenía
en palacio a sus hijos y como albacea a Juan Carreño de Miranda, quien vivía en
su misma casa.
A Pablo de Valladolid
podemos contemplarlo en un cuadro de un Velázquez, pintado para el Palacio del
Buen Retiro de Madrid y conservado en el Museo del Prado desde 1827. Pertenece
al grupo de retratos de bufones de la corte pintados por Velázquez para decorar
estancias secundarias y de paso en los palacios reales, en los que, dado su
carácter informal, el pintor pudo ensayar nuevos recursos expresivos con mayor
libertad que en los retratos oficiales de la familia real.
EL BUFON DE FRANCIA
Triboulet (1479-1536)
era un bufón de los reyes Luis XII y Francisco I de Francia. Aparece en varios
libros, Crónicas Pantagrueline de François Rabelais, en Le Roi s'amuse de
Víctor Hugo y su versión de la ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi:
"Rigoletto" era una mezcla de "Triboulet" y rigoler Francés
(reír). Un Triboulet, un bufón vestido totalmente de rojo, es un personaje
asociado con el carnaval de Monthey en Suiza.
Cuenta una historia que un día Triboulet fue una vez con una
queja al rey, y le dijo:
¡Un noble ha
amenazado con colgarme! y El monarca le contestó:
¡No te preocupes si
te cuelga lo decapitaré quince minutos más tarde!.
Y Triboulet respondió: Bueno Sire, ¿sería posible que le decapitaríais
15 minutos antes?
Otra historia dice
que una vez, Triboulet no pudo contenerse y abofeteó al monarca en el culo. El
monarca perdió los estribos y amenazó con ejecutar a Triboulet.
Más tarde, el
monarca se calmó un poco y prometió perdonar Triboulet si podía pensar en una
disculpa más insultante que el hecho infractor. Unos segundos más tarde,
Triboulet respondió:
"Lo siento mucho Sire, no he reconocido su culo, le he
confundido con el culo de la reina".
Después de haber roto una orden de
Francisco I que le prohibia a Triboulet de hacer chistes sobre la reina y las
cortesanas, el rey le condenó a muerte.
Habiendo servido bien al rey durante
muchos años, Francisco I concedió a Triboulet el derecho a elegir la forma en
que iba a morir. Triboulet, con su mente aguda, dijo lo siguiente:
"Bon sire, par sainte Nitouche et saint Pansard,
patrons de la folie, je demande à mourir de vieillesse."que se traduce
como:
"Señor, yo imploro a San Nitouche y a San Pansard, patronos de la
locura, yo pido morir de viejo."
El rey no pudo hacer otras cosa que
reírse y ordenó que no lo ejecutaran.
EL BUFON DE INGLATERRA
Se llamaba Will Sommers y era originario del condado de
Shropshire, Inglaterra. Un buen día un mercader llamado Richard Fermor se fijó
en él y en 1525 decidió llevarlo consigo a Greenwich y presentarlo al rey. Will
no era un tonto ni un loco, sino que alcanzaba su puesto gracias a su ingenio y
su talento para entretener.
A este tipo de personajes se les concedía
“licencia” para tomarse ciertas libertades como si se trataran de verdaderos
locos o cortos de entendimiento, a los que se excusaba porque no eran
responsables, sino inocentes bendecidos por Dios. A Enrique le agradó tanto el
jovencito flacucho de pronunciada joroba que le ofreció un puesto en la corte.
Disfrutaba con su capacidad para improvisar versos y para
divertirlo durante sus periodos de depresión, y cuando en los últimos años de
su vida el dolor en la pierna se había vuelto insoportable, decían que sólo
Will lograba levantar su ánimo. Enrique competía con él haciendo rimas, y ni
siquiera le importaba que el bufón le ganara de vez en cuando. La alta estima
en la que tenía a Will queda reflejada en las cuentas, prueba de la generosidad
que el rey mostraba hacia él. Sommers disfrutaba de privilegios que no les eran
concedidos ni a los más notables personajes de la corte.
Will solía llamar “tío” a Enrique VIII, lo que demuestra la
confianza con la que se le permitía tratarlo. Fue mucho más que un bufón. Era
también consejero, confidente y espía del rey. De hecho, tuvo un importante
papel en la caída de Wolsey al informar a Enrique de que el cardenal amasaba
secretamente una fortuna y almacenaba oro en la bodega de su palacio de Hampton
Court.
El rey estaba disgustado con Wolsey por entonces, debido a que no había
podido obtener el divorcio de su primera esposa, Catalina de Aragón. El
cardenal fue finalmente acusado de traición y falleció en 1530 cuando se
dirigía a Londres para ser juzgado. Will no carecía de debilidades humanas. Era
celoso, especialmente de todo aquel competidor capaz de arrancar sonrisas al
rey. No le gustaba la idea de ser eclipsado. Con frecuencia llamaba la atención
de Enrique sobre el despilfarro extravagante en que incurría la corte, siempre
sin abandonar su sentido del humor.
De su vida familiar poco se sabe. Al parecer Will tuvo al
menos un hijo, John Sommers. John fue secretario del embajador en Escocia, Sir
Ralph Sadler, y ocupó varios puestos de carácter administrativo durante el
reinado de Isabel. Tras la muerte del rey en 1547, permaneció en la corte como
bufón de su hijo, el rey Eduardo VI, y posteriormente lo sería de las hijas de
Enrique. Decían que era la única persona de la corte, aparte de John Heywood,
que lograba hacer reír a María Tudor.
Will Sommers estuvo presente durante la
ceremonia de coronación de la reina Isabel el 15 de enero de 1559. Esa fue su
última aparición en público. El famoso bufón fallecía un año después, el 15 de
junio de 1560.
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