El 27 ha sido un número maldito para algunos personajes del mundo de la música, talentos como: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse y recientemente Benjamin Keough, nieto de Elvis Presley, coincidieron en la edad de su muerte, 27 años.
Pero el pionero de esta funesta coincidencia fue un tal
Robert Leroy Johnson, un músico norteamericano de blues. Cuenta la leyenda que
este hombre hizo un trato con el mismísimo diablo, que vendió su alma a Satanás
y gracias a ello revolucionó el mundo de la música.
Robert era un guitarrista como tantos otros de su época que
se ganaban la vida de tugurio en tugurio, hastiado de su vida y de no triunfar,
amarrado a una botella un día se encuentra en un bar con un viejo amigo
que le dice que si quiere cambiar su destino tiene que ir a cierto cruce de
caminos y que lleve consigo su guitarra, que allí a las doce de la noche se
encontrará con alguien.
Sigue el consejo de su amigo, va a ese cruce y efectivamente
a las doce en punto, una figura enlutada, delgada y enjuta aparece por uno de
los caminos, sigilosamente se le acerca y con una voz rota le pregunta que si
estaría dispuesto a entregarle su alma inmortal a cambio de obtener fortuna y
gloria. Robert acepta de buen grado el trato y le entrega su guitarra, el
extraño personaje la toma entre sus manos y la afina, se la devuelve a la vez
que dice que el pacto ya está sellado y desaparece tan misteriosamente como
había aparecido. A partir de ese día, el éxito le acompañaría durante los 3
años siguientes convirtiendo a Robert en una leyenda del blues hasta que en
1938, el diablo le reclamó el pago de su deuda y murió, se dice que a manos de
una de sus amantes que le envenenó, tenía 27 años igual que el número de huesos
de su mano y a la edad que suelen morir los cisnes.
Uno de los orígenes de este mito está en Alemania, seguro
que alguna vez lo escuchasteis, en un personaje llamado Fausto, un erudito de
gran éxito que no contento con su vida, hace un pacto con el diablo,
intercambiando su alma por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos.
En estos tiempos que vivimos está más vigente que nunca. A
Fausto, por llamarlo de alguna manera, lo podemos reconocer muy a menudo, pero… ay
amigos ¡Cuidado! Que al final siempre aparece el diablo que reclama su deuda.
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