Fue la única hija del rey Enrique VIII y su primera esposa, la española Catalina de Aragón, que logró sobrevivir hasta una edad adulta.
Reinó en Inglaterra del 19 de julio de 1553 hasta su muerte
el 17 de noviembre de 1558. Maria Tudor nació el 18 de febrero de 1516, en el
Palacio de Placentia en Greenwich, Inglaterra. A los 6 años fue prometida a
Carlos I de España pero tres años después el compromiso sería roto. En 1525,
fue nombrada princesa de Gales y por lo tanto, heredera a la corona. Frustrado
por la falta de un heredero varón, en 1533 su padre, el rey, declaró su
matrimonio con Catalina de Aragón nulo, alegando que debido a que se había
casado con la esposa de su difunto hermano, el matrimonio era incestuoso.
Rompió relaciones con la Iglesia Católica y en noviembre de 1534 firmaba el
Acta de Supremacía según la cual el rey se erigía como cabeza de la iglesia
anglicana y como tal podía decidir sobre la nulidad de su propio matrimonio y
se casó con una de las doncellas de Catalina, Ana Bolena.
Después de que Ana diera a luz a una niña, temió que María
planteara un desafío a la sucesión al trono y presionó al Parlamento para
declarar a María ilegítima. Esto colocó a la princesa fuera de la sucesión al
trono, incluso se le prohibió hablar o escribir a su madre, aunque antes de su
muerte su padre, arrepentido, la reestablecería en la línea sucesión al trono.
Enrique, como es sabido por todos, acusó a su nueva esposa Ana Bolena de
traición, siendo esta decapitada en 1536 y su hija Isabel al igual que Maria
sería apartada también de la sucesión a la corona. El rey se casó nuevamente en
esta ocasión con Jane Seymour, quien finalmente le dio un varón, Eduardo, que
subiría al trono tras su muerte, pero era un niño de delicada salud y murió al
poco tiempo de reinar a la temprana edad de 15 años. Después de la muerte de
Eduardo, María y sus partidarios desafiaron y depusieron con éxito a la nueva
reina, Lady Jane Grey, la nieta de la hermana menor de Enrique VIII, subida al
trono tras un acuerdo secreto entre Eduardo y sus consejeros anulando una
decisión del rey Enrique VIII.
Una de las primeras resoluciones de María fue la de
reestablecer el matrimonio de sus padres. Era consciente de que si no tenía
hijos, el trono pasaría a su hermanastra, la siguiente en la línea sucesoria,
la protestante, Isabel. Necesitaba un heredero católico para continuar con sus
reformas. Para lograr este objetivo, se casó con Felipe II, rey de España.
El 6
de enero de 1554 se celebró la boda, Felipe no estaba presente, fue el conde de
Egmont, un aristócrata flamenco quien le representó. Durante la noche de bodas
el noble se acostó en el lecho de la reina para públicamente cumplir
simbólicamente con la tradicional costumbre, estaba cubierto de la cabeza a los
pies con la armadura de Felipe ya que no tenía poderes para mayores
intimidades.
La ceremonia real de la boda tuvo lugar en la Catedral de
Winchester el 25 de julio de 1554 y es cuando los recién casados pudieron verse
por primera vez. Pasaron la luna de miel en el castillo de Windsor. Ella se
enamoró ciegamente pero fue un amor no correspondido. Sufrió dos falsos
embarazados. Su marido pasó la mayor parte del tiempo gobernando sus
territorios en Europa continental mientras su esposa permanecía en Inglaterra.
En marzo de 1557, volvió a su lado pero sólo para pedirle hombres y dinero para
la guerra contra Francia. Tras cuatro meses de estancia y conseguida la ayuda
inglesa, Felipe volvió a Flandes y nunca regresó. De su matrimonio no obtuvo el
tan deseado hijo y de su alianza con España, obtuvo una guerra con Francia que
le costaría la perdida de sus últimas posesiones continentales.
Al principio, reconoció el dualismo religioso de su país,
pero su verdadera intención era devolver a Inglaterra al seno de la Iglesia
católica, revocó muchos de los edictos religiosos de su padre, siendo
sustituidos por los suyos, que incluía una estricta ley de herejía. La
aplicación de esta ley supuso la condena a morir en la hoguera a más de 300
protestantes tratados como herejes. Estas persecuciones religiosas la hicieron
extremadamente impopular, ganándose el famoso apodo "Bloody Mary"
(María la sanguinaria). Sin hijos, y por tanto sin el ansiado heredero, sola y
enferma pues padecía un cáncer de ovarios, murió a los 42 años rota de dolor en
el palacio de San Jaime en Londres, el 17 de noviembre de 1558.
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