CAPITULO PRIMERO
1875, finales del siglo XIX, en este año el rey de España,
Alfonso XII, desembarca en Valencia y se dirige hacia Madrid para ocupar el
trono. El vecino Portugal, aprueba una ley que suprime la esclavitud en todas
las provincias de ultramar y en la joven nación americana de los Estados
Unidos, los últimos indios comanches que siguen combatiendo, se rinden al
ejército.
Sábado 26 de Junio, Don Benito (Badajoz), en la humilde vivienda de Manuel
y Vicenta viene al mundo, después de un difícil parto, su primogénito. El mayor
de los hijos varones, es un niño fuerte y sano que les ha traído la alegría a
su casa pues llevan mucho tiempo buscándolo (un hombre destinado a sobrevivir a
la muerte de un imperio), le pondrán de nombre, siguiendo una antigua tradición
familiar, como su padre y su abuelo, Manuel. Desde muy pequeño aprende de su
padre el noble oficio de pastor y cuando la dura faena lo permite, suele ir a
casa de D. Ramón, un viejo profesor, veterano combatiente de las guerras
Carlistas, que le enseña poco más que a escribir y como decía su madre: “a
hacer cuentas”.
Pero lo que más le gusta al niño es escuchar las hazañas de
heroicos personajes que le cuenta el viejo profesor, de Cortés, de Pizarro, de
Orellana… protagonistas de un tiempo en el que solo los más valientes zarpaban
en busca de otros mundos y, mientras cuida del ganado, se imagina allende los
mares viviendo mil y una aventuras, aún no sabe que él también un día los
cruzará y será un héroe.
CAPITULO SEGUNDO
1885, Manuel tiene 10 años, este año marcará su vida, el
manto de la muerte cubre con su pestilencia la región extremeña, pues es
infectada por una epidemia de cólera morbo asiático la ciudad de Don Benito.
Los contaminados sufren fuertes vómitos y diarrea (aún podemos ver algunos
carteles de prohibición en las fachadas de la iglesia de Santiago que fueron
colocados a raíz de estas epidemias), los enfermos no muestran fiebre alguna y
tras un periodo de incubación de uno o dos días, les llega la muerte por
deshidratación en menos de una semana. Se trasmite por el agua y los alimentos,
la contaminación llega con facilidad a fuentes y pozos de agua potable. Se
piensa que el contagio fue causado por unos tratantes de ganado valencianos que
habían llegado a la ciudad, pues el foco de la epidemia se encontraba en el
levante español.
Las primeras defunciones sembraron el terror y el pánico en la
población y, como se puede imaginar, paralizaron todas las actividades industriales,
agrícolas y comerciales. La ciudad era un caos y el miedo hizo que las clases
más pudientes abandonaran la ciudad. Don Benito, por sus 15.000 habitantes, fue
la población de la provincia de Badajoz donde ésta epidemia causo más estragos,
pues en los 50 días que duró, el 3,55% de la población había muerto, 532 almas
perecieron. No fue a más esta mortandad gracias al pueblo, que se organizó y
creó una Junta de Socorros, los médicos practicaban visitas a domicilio y se
repartieron abundantes raciones de carne, vino, pan y medicinas, siendo el
comportamiento de muchos funcionarios tachado de heroico y digno de admiración
al arriesgar sus propias vidas en beneficio de los demás, muchos de nosotros
les debemos nuestra existencia (estas personas sí que merecen un monumento o al
menos reconocimiento).
CAPITULO TERCERO
Manuel y su familia
afortunadamente no se vieron afectados ya que se encontraban lejos de la
ciudad, cuidando del ganado, no así su amigo el viejo profesor, aquel que tanto
marcó su carácter y su vida, fue una de las primeras víctimas de esta terrible
epidemia. Recordó Manuel, al volver a Don Benito, que en las navidades del año
anterior (1884) que una tarde en compañía de su padre se disponía a guardar el
ganado en el cercado, cuando de repente se hizo un silencio sepulcral, tan solo
roto por los quejidos de Júpiter, su perro, que ladraba al viento, hasta los
pájaros dejaron de cantar. La tierra tembló bajo sus pies y padre, hijo y perro
corrieron a casa presos del pánico, ellos no lo sabían pero lo que sintieron
fueron las secuelas de un fuerte terremoto que había sacudido con intensidad
las provincias andaluzas de Málaga y Granada cobrándose gran cantidad de vidas.
Una vecina, curandera y a la que muchos por su ignorancia tachaban de bruja,
mientras le rezaba a su padre un “culebrón” que le había salido en la espalda,
les comentó que eso era presagio de grandes males para la ciudad, pero que él
no temiera porque tendría una larga vida. Nunca lo olvidaría, pues comprendió
que la curandera se refería a esa terrible epidemia. 1895, Manuel, como todos
le conocen en el pueblo, ha heredado el fuerte carácter de su padre y más de
una vez se ve envuelto en alguna que otra riña, casi siempre por líos de faldas,
suele salir victorioso utilizando su astucia y arrojo, es un hombre valiente,
al que ya nada ni nadie le asusta. Es de una vieja raza, de aquel tipo que tan
bien definió el poeta Luis Chamizo:
“Son asina los cachorros de la raza de castúos labraores
extremeños,que, inorantes de las cencias d'hoy en día, cavilando tras las
yuntas, descurrieron que los campos de su Patria y la madre de sus hijos, son
lo mesmo".
CAPITULO CUARTO
Acaba de cumplir Manuel 20 años, España
lleva en un estado de guerra permanente todo el siglo. Existe desde el año 1770
un sistema de reclutamiento llamado de quintas, según este sistema, se sacaba a
suerte uno de cada cinco hombres para ir a combatir en un largo servicio
obligatorio y el destino sería seguramente un puesto perdido en algún lugar
lejano de lo que quedaba del maltrecho imperio español, a miles de kilómetros
de casa, donde las probabilidades de morir eran muy altas. Los pobres, como
siempre eran los perdedores, pues si podías permitírtelo tenías dos formas de
librarte: enviar un sustituto (sustitución personal) o el rescate (redención en
metálico), es decir, pagar un dinero al Estado por librarse total o
parcialmente. A partir de la entrada en vigor de la Ley O`Donnell (1.863) la
“Redención” se estableció en 8.000 reales; pese a ello el Consejo logró ir
reduciendo paulatinamente el coste de la “Sustitución”, fijándolo en 5.200
reales entre 1.863 y 1.867, hasta dejarlo en 4.000 reales (1.000 pesetas), a
finales de 1.868.
Desgraciadamente ni Manuel ni toda su familia contaban con
semejante cantidad de dinero, no la habían visto en toda su vida y el 21 de
Septiembre de 1895 marcha por la glorieta hasta la estación con destino
Badajoz, nunca había montado en tren ni tampoco había estado tan lejos de su
hogar, tan solo una vez que acompañó a su padre a Magacela para a ver a una
vieja tía moribunda. Desde el andén le despiden sus padres y el viejo Júpiter
que corre tras el tren hasta rendirse de cansancio. Todo llama su atención, los
prados, los ríos, los pueblos, las gentes… Comparte con una joven gitana, que
viaja con su hijo, las pocas viandas que le preparó su madre, un poco de queso,
unos higos secos y trozo de pan, los corta cuidadosamente con el cuchillo que
le regaló su querido amigo, el viejo profesor, le recuerda con añoranza
mientras mira la hoja, la limpia una y otra vez, lleva grabada, como si fuera
una espada, la frase: “No me desenvaines sin causa, no me envaines sin honor”,
este cuchillo seria su fiel compañero y en más de una ocasión salvaría su vida.
Ya se divisa la torre de la catedral de Badajoz que se acerca por la ventanilla
y el silbato del tren asusta al niño de la gitana, que entre llantos, despierta
a su madre que se había quedado traspuesta.
CAPITULO QUINTO
La crónica negra en la Extremadura de principios del siglo XX, estuvo marcada por una serie de asesinatos que conmocionaron a su población. El Crimen de Don Benito, sin lugar a dudas, fue uno de los más horrorosos jamás registrados, llegando incluso a tener repercusión en toda la prensa nacional y cuya huella aún en nuestros días sigue estando presente, pero no fue el único que enturbió la paz y la tranquilidad de esta próspera ciudad.
Cuando aún resonaban los ecos de sus gentes pidiendo justicia por sus calles y plazas, el estigma del criminal, señalaba nuevamente a Don Benito, nadie sospechaba que se volvería a repetir tan pronto la pesadilla.
16:00 h. del 2 enero de 1906. La campana de la estación anuncia la llegada de un tren procedente de Badajoz, el estruendo de la máquina hace temblar sus cimientos, el viejo gato Lucifer, que plácidamente dormitaba, sale despavorido y se encarama en lo más alto del moral, ese que tan buena sombra da a los viajeros en las tardes de verano.
Dos pasajeros se bajan del vehículo y se alejan por La Glorieta, charlan tranquilamente y nada hace sospechar que la sombra de la muerte se cierne sobre ellos, pues tras sus pasos una siniestra figura va acortando la distancia que les separa.
Es un día frío, de los de antes, de carámbanos y de tiritonas. Manuel Valadés y Agustín Gallego, que así se llaman estos dos paisanos, se ven sorprendidos por esta figura que al llegar a su altura y sin mediar palabra saca un arma de fuego que lleva escondida en una vieja chaqueta de pana, los dos hombres se quedan paralizados, atónitos, con los ojos desorbitados al ver que el arma apunta hacia ellos.
Un silencio tenebroso invade la Glorieta, ya no cantan los pájaros, ya no ríen los niños que correteaban por allí, el silencio tan solo se rompe por el doble click del arma al ser amartillada y… ¡¡Bang, Bang!!
Los gorriones huyen en tropel de su refugio en los árboles y los dos hombres, tras una nube de humo, caen al suelo heridos de muerte, los gritos de las criadas que cuidan a los infantes hacen que todo el mundo se agolpe a los pies de las víctimas, en medio de la confusión el asesino huye por unos olivares cercanos dirección a Villanueva de la Serena.
Los dos hombres se retuercen de dolor, Agustín se sujeta con fuerza la garganta, pues la bala se ha alojado en su cuello, trata de pedir auxilio, pero se ahoga en su propia sangre. La herida de Manuel es aún más grave pues ya inmóvil, sobre un gran charco de sangre, más bien parece… muerto.
Han pasado 4 horas desde el terrible suceso y, el médico, muy a su pesar solo puede certificar la muerte de Manuel Valadés, su viuda y sus hijos lloran desconsolados a los pies de la cama, mientras el Párroco le unge con el sagrado óleo.
Agustín, tras recibir los primeros auxilios se debate entre la vida y la muerte.
El criminal, amparado en la oscuridad de la noche, sale de su escondrijo y se pone en marcha después de comer unos higos secos que llevaba en uno de sus bolsillos, bebe agua en el Arroyo del Campo y ve reflejado su rostro en el espejo del agua, es de tez morena y remarcado por un gran mostacho negro como el azabache, su nombre: José García Fernández, natural de Albacete que acaba de cumplir condena en el penal de Badajoz.
El teniente de la Guardia Civil, Sr. Escobar, ya ha desplegado a todos sus efectivos, que, aunque escasos, siempre han dado muestras de una gran efectividad, pero el fugitivo es hombre astuto y no será tarea fácil su captura.
Un pastor, veterano de la Guerra de Filipinas llamado Manuel López Parejo, asegura haber visto al presunto criminal.
- Da Vd. su permiso: Mi teniente.
- Adelante, García.
- Aquí está su amigo Manuel “El filipino”, mi teniente. Dice que ha escuchado de boca de un arriero, que ayer hubo un terrible suceso en Don Benito y que anoche vio como un individuo, con muy mala pinta, huía tras saltar la tapia de la harinera.
- Hazle pasar.
- ¡Hombre Manuel, ¡cuánto bueno por aquí! le dice el teniente mientras se dan un fuerte abrazo. A ver cuando me cuentas como te zafaste en la jungla de Filipinas, de los insurgentes que te retenían…
- ¿Ves estas cicatrices en mi cuello?, me quemaron las barbas con una antorcha la noche que conseguí escaparme.
- Por cierto, muchas gracias de parte de Pepito, le encantó el caballo que le tallaste en madera, no lo suelta ni a sol y ni a sombra.
- Ya sabes que los pastores disponemos de mucho tiempo y la talla es una de mis pasiones.
- Bueno cuéntame, me ha dicho García que viste a un individuo sospechoso.
- Así es, llevaba el ganado al cercado cuando un hombre, que no me gustó ni un pelo, se deslizó sigilosamente por la tapia de la harinera, creí que sería un ladrón, pero “Vinagre”, el arriero, me contó lo que ayer pasó en La Glorieta y pensé que tal vez sea el que estás buscando.
- Manuel, ¿Quieres acompañarme a la harinera?
- Vale, dame 5 minutos, que voy al casino a saludar a Miguel Parejo, el mayoral de Don Eduardo Olea, que está interesado en comprarme algo de ganado.
LA HUIDA
José ha pasado todo el día escondido en uno de los almacenes de la harinera. Amparado por la oscuridad de la noche, toma camino de la pequeña villa de antiguos hidalgos, La Haba, que dista poco más de 6 kilómetros de Don Benito. Sigue el curso del Arroyo del Campo para no dejar huellas, hace frío y tiene hambre, sus tripas suenan en el silencio de la noche como una pelea de gatos.
A unos 50 metros del curso del arroyo, se divisa una pequeña luz. Se acerca sigilosamente para no ser descubierto, parapetado tras el tronco de un viejo olivo, comprueba que es un grupo de pastores que, en torno a un fuego, están dando cuenta de unas ricas viandas. Uno de los perros de los pastores, un viejo mastín de imponente físico ha detectado su presencia y en actitud desafiante ladra con fuerza mientras trota de izquierda a derecha alertando a los pastores, que armados de palos se levantan bruscamente de sus asientos.
¡Me cago en Dios! Maldice uno de los pastores mientras trata de calmar al fiero mastín. ¿Qué diablos te pasa? ¿Quién anda ahí?
CAPITULO SEPTIMO
- Buenas noches tengan Vd. Con voz lastimosa se dirige el temeroso José, al que retiene el mastín.
- No des un paso más o suelto a esta fiera, ¿Quién eres y qué quieres?
- Soy un pobre peregrino que solo pide un trozo de pan para seguir su camino, “Que Dios me mate si no digo la verdad”.
- Por estos caminos andan muchas alimañas, nadie en su sano juicio se aventura a cruzar estos campos, y más solo, en una fría noche de enero, acérquese y caliéntese en el fuego, hombre de Dios.
José tirita de frío, mientras uno de los pastores le acerca un cuenco de madera con sopa caliente, pan y un trozo de queso.
- Yo soy del pueblo que se ve al fondo, La Haba y me llamo Juan García Velasco y Vd. ¿cómo se llama?
Casi atragantado, se limpia la boca con su manga y le dice:
- Me llamo Melalo y voy peregrinando para dar gracias a la Virgen por un gran favor.
- Pues en mi pueblo tenemos una Virgen muy milagrosa “la Verveneda” que se encuentra en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, no deje de visitarla. Cuenta una antigua leyenda que la imagen de la Virgen la encontró dentro de una oquedad de un viejo roble, un ladrón llamado Nuño.
A oír la palabra ladrón, José levanta la vista del plato y esboza una tenue sonrisa, el pastor sigue con su relato.
- y que al verla se arrepintió de todas sus tropelías pasando a ser, a partir de ese momento, su guardián y su protector, en el lugar construyó una ermita en La Rioja.
Mientras, el pastor le guiña un ojo, y le da con el codo al que estaba a su lado.
- Cuenta el milagroso suceso en que el Niño Dios giró su cabeza para no ver un sacrilegio. Dos recién casados acudieron a la Romería que allí se celebraba y quisieron hacer su vela quedándose a pasar la noche en la ermita. Le pidieron a la Virgen que intercediera para tener descendencia y sin ningún tipo de reparo pasaron ellos a poner los medios para su consecución. Con gran osadía y sin respeto se retiraron a un rincón de la Capilla, hacia el lado de la Epístola, donde el Niño Dios miraba y se dejaron llevar por los impulsos de la carne.
José no para de comer, mientras el resto de los pastores no paran de reír pícaramente al escuchar el relato de Juan García, sobre todo el más pequeño de ellos que no debe tener más de 12 años.
- Entonces la imagen del Niño, que miraba en esa dirección, torció el rostro para no verlo, mudando visiblemente la postura que tenía en los brazos de su madre. Asombrados al ver tan gran prodigio, empezaron gritar: Milagro, Milagro, Milagro. El gran alboroto formado hizo que concurrieran los religiosos y peregrinos ante los que, para su vergüenza, confesaron su ofensa.
Todos ríen al calor del fuego, incluso José que disimuladamente comprueba que su pistola continua dentro de su raída chaqueta, el pastor se le acerca y le dice:
- Ten esta manta, puedes pasar la noche en el fuego, nosotros nos retiramos a dormir en el chozo, mañana será un día duro, tenemos que llevar el rebaño a la serrezuela.
Al amanecer, uno de los pastores el más joven, sale del chozo para preparar el desayuno, pero ni el “peregrino” ni la manta están junto al fuego.
- ¡Señó Juan, Señó Juan! El forastero se ha ido y se ha llevado su manta.
José, con fuerzas renovadas tras el descanso y la comida, atraviesa el llamado Cordel de la Plata y se encamina hacia Magacela. Se adentra en la Sierra y busca refugio en el abrigo de la Peña del Águila, allí tiene previsto permanecer oculto.
CONTINUARÁ
Deseando continuar leyendo la historia y las peripecias de este paisano aventurero y valiente.
ResponderEliminarÍ.R.M.