No hace muchos años que formaban parte del mobiliario de
nuestros dormitorios.
Bajo aquellas camas con colchones de lana o espuma
triturada se encontraban los orinales.
Bacinilla, cuña, perico, dompedro, bacín… son otros nombres
que ha ido recibiendo, en mi casa lo llamábamos “escupidera” y era de
plástico por la humilde condición de mi familia.
Los más refinados utilizaban
recipientes de plata o fina loza, algunos tan simpáticos como el de la foto de cabecera,
este recipiente incorpora la efigie de Napoleón Bonaparte y sobre su cabeza
afinaba la puntería todas las mañanas un ingeniero militar inglés.
La foto en cuestión me la ha enviado mi amigo (Chele) José
María Gallardo Durán (Profesor y Catedrático del I.E.S Bartolomé J. Gallardo de
Campanario, ya jubilado) y nos cuenta lo siguiente sobre tan curioso objeto:
“Tanto en España como en Gran Bretaña los objetos de uso
diario se utilizaron para popularizar la guerra de la Independencia y sus
protagonistas.
En Ottawa (Canadá), en el Bytown Museum, se conserva una
bacinilla, también llamada orinal (pocos objetos tienen un uso más diario que
este), que tiene en su interior una figurilla de Napoleón.
Este orinal de Canadá es de más humilde factura que el de
José Bonaparte y el del general mejicano López de Santa Anna. Está fabricado en
cerámica vidriada, aunque de muy buen acabado. Fue donado al museo de Bytown
por uno de los descendientes del maestro carpintero de John By, fundador del
pueblo de Bytown (no se rompieron la cabeza para poner nombre al pueblo), que
luego dio origen a Ottawa, capital del Canadá. John By luchó en España en la
guerra de la Independencia como capitán de Ingenieros Reales. Estuvo presente
en el asedio británico (o los asedios, anterior y posterior a la batalla de La
Albuera) de Badajoz de 1811.
Cuando John By llegó al Canadá en 1826 ya era teniente
coronel de ingeniero.
No era la primera vez que iba al Canadá. Había estado
destinado en aquel territorio desde julio de 1802 hasta los primeros meses de
1811, cuando debió volver a Gran Bretaña para ir a luchar a la Península
Ibérica. En su primer destino en Canadá trabajó en la fortificación de la
ciudad de Quebec y en la navegabilidad del río San Lorenzo.
Al terminar la guerra de la Independencia John By se
retiró del ejército, pero en 1826, teniendo en cuenta su experiencia como
ingeniero en Canadá, se le reclamó allí para supervisar la construcción del
canal Rideau, que divide en dos la ciudad de Ottawa. Puesto que el canal se
tenía que construir en el valle del río Ottawa, zona que por entonces era
agreste y estaba escasamente poblada, lo primero que hubo que hacer fue
construir un pueblo para alojar a los hombres que iban a trabajar en el canal.
En honor de John By el poblado resultanten recibió el nombre de Bytown. Después
lo cambiaron y le dieron el nombre del río.
Hoy día el nombre de Bytown ha quedado en el nombre del
museo de Ottawa (Bytown Museum), y como sobrenombre de la propia ciudad.”
LOS OTROS ORINALES
EL ORINAL DEL REY JOSÉ
12 de Agosto de 1812,
las tropas francesas abandonan Madrid cuando el ejército aliado del Duque de
Wellington las vence en la batalla de los Arapiles, y un año después en el
verano de 1813, José Bonaparte huía de España ante el rápido avance del
ejército aliado.
Los soldados de Wellington encontraron el coche de José Bonaparte
abandonado. Había logrado escapar protegido por la caballería francesa, pero en
su coche se encontraron no solo documentos de estado, algunas cartas de amor
(como no) y un orinal de plata.
Este regimiento británico de húsares por
hacerse con tan singular botín, fue conocido jocosamente durante el resto de su
siglo de vida como Las Doncellas de Cámara del “Emperador”, nombre con el que
bautizaron al orinal, ya que de un modo u otro se ocupaban del orinal del rey
de España.
Hoy en día, el oficial al mando del regimiento invita
tradicionalmente a los oficiales a beber licor del orinal en la noche del
homenaje a sus héroes desaparecidos y sigue siendo pieza más preciada del
regimiento. Hace unos años se pudo ver este orinal en una exposición en Cádiz
sobre el Bicentenario de la Constitución de 1812, junto con otros objetos de la
época.
Pero lo más importante del equipaje de José Bonaparte eran
más de doscientas pinturas sobre lienzo, desclavadas de sus bastidores y
enrolladas, junto con dibujos y grabados. Todo ello lo envió Wellington a
Inglaterra para ponerlo a salvo bajo la custodia de su hermano lord
Maryborough. Los cuadros fueron examinados por el conservador de la pinacoteca
real, quien diligentemente catalogó los principales en una lista de ciento
sesenta y cinco. Pronto se dio cuenta, con sorpresa, de que José Bonaparte
había sustraído muchas de aquellas pinturas de la colección real española y
pretendía llevarlas a Francia.
Informado el duque de Wellington, ordenó
devolver las pinturas sin dilación al recién repuesto rey de España Fernando
VII. El 16 de marzo de 1814 pidió por carta a su hermano sir Henry Wellesley,
entonces representante británico en España, que comunicase a Fernando VII el
paradero de las obras y su deseo de devolverlas a España. Pero no recibió
respuesta, y en septiembre de 1816 volvió a suscitar la cuestión en una carta
al conde de Fernán Núñez, representante español en Inglaterra.
A ésta respondió Fernán Núñez:
"Adjunto os
transmito la respuesta oficial que he recibido de la Corte, y de la cual
deduzco que Su Majestad, conmovido por vuestra delicadeza, no desea privaros de
lo que ha llegado a vuestra posesión por cauces tan justos como honorables".
El resultado de este “generoso” gesto es que estos
magníficos cuadros que pertenecieron a la colección real española puedan verse
aún hoy en el Wellington Museum de la Apsley House londinense.
Son en total ochenta y tres pinturas del equipaje del rey José,
de las cuales se puede rastrear el origen de cincuenta y siete gracias a los
inventarios reales. Entre ellas se encuentran la Última Cena, de Juan de
Flandes, que perteneció a Isabel la Católica; una Sagrada Familia, de Giulio
Romano, antaño atribuida a Rafael; Orfeo hechizando a los animales, de
Padovanino, y Oración en el huerto, de Correggio. Otras obras maestras son la
minuciosa Judith y Holofernes, de Elsheimer, y el imponente Aguador de Sevilla,
de Velázquez.
EL ORINAL DE SANTA ANNA
A algunos de vosotros
os sonará este personaje de la película El Alamo. El día después de la
aplastante derrota de Antonio López de Santa Anna en la Batalla de San Jacinto,
fue capturado por una patrulla de la caballería de Texas y fue acorralando
junto a los restos de su ejército. El general mexicano, estaba disfrazado de
soldado raso para ocultarse, pero lograron descubrirle.
Debido a que el campo de batalla estaba cubierto con los
cadáveres en descomposición de soldados mexicanos y el hedor era insoportable,
unos días después de la batalla, los prisioneros fueron trasladados a una
plantación cercana propiedad del Dr. George Patrick. Allí, el 26 de abril de
1836, se celebró lo que llegó a ser conocido como la subasta del botín de
guerra.
En primer lugar, el tesoro del ejército mexicano, que
consistía en alrededor de 12.000 dólares en pesos de plata, se dividió entre
los soldados, cada hombre recibió alrededor de 9 dólares. Los soldados también
compraron mosquetes, sillas, mantas, espuelas, caballos y mulas. Los artículos
subastados incluyeron también algunas de las pertenencias personales de Santa
Anna.
Houston no participó en la subasta, pero varios de sus
oficiales sí, compraron la brida de Santa Anna y la silla con estribos de oro
por 800 dólares. Según el historiador Stephen L. Moore, John Wharton compró 400
dólares en bienes para Houston.
La evidencia documentada de la subasta sugiere que alguien,
posiblemente Wharton, también compró el orinal de plata del general mexicano y
lo presentó a Houston como una broma. El orinal es de ocho pulgadas de diámetro
y cuatro pulgadas y medio de profundidad. Sus dos asas adornadas terminan en
cabezas serpentinas. Los sellos estampados en su base muestran que se hizo en
la ciudad de México a finales de 1820 o principios de 1830 por el maestro
platero José María Martínez.
Santa Anna fue un hombre de ambición desmesurada e inmensa
vanidad. Sábanas de seda, fuentes de plata y copas de cristal formaban parte de
su equipaje.
Se le llamó "el Napoleón del Oeste " y de hecho
hay muchas similitudes de la historia sobre el
hermano de Napoleón, rey de España, también tenía un orinal de plata y fue
capturado por los británicos cuando huía. Si el rey de España fue a la guerra
con un orinal de plata, ¿por qué no de Santa Anna?.
El orinal se encuentra en el Sam Houston Memorial Museum.
El Monumento de San
Jacinto es una columna de 173,7 m. de alto, se encuentra en el Condado de Harris,
Texas (USA). Está coronada por una estrella de 220 toneladas que conmemora la
batalla de San Jacinto, es el monumento de mampostería con forma de torre más
alto del mundo.
Caja de vino de Santa
Anna capturada en la batalla.
Las pistolas y la silla de montar del
general.
El 27 de septiembre de 1842, en medio de un gran desfile militar y
político, el general Santa Anna, que había perdido en combate su pierna
izquierda, organizó para ésta un brillante entierro, del miembro de un hombre
aún vivo, al que concurrió por la novedad y rareza de la función, la gente más
ilustre de México y un inmenso pueblo atraído por la novedad de este singular
espectáculo.
Dos años más tarde, el 6 de diciembre de 1844, una
turba profanó y destruyó el monumento del general y luego exhumó la, que estaba
enterrada en el cementerio de Santa Paula, y la arrastró por las calles de la
capital.
Tumba de Antonio
López de Santa Anna . Presidente de México en once ocasiones, instaurado como
dictador vitalicio con el tratamiento de Alteza Serenísima. Es uno de los personajes
de los más importantes y polémicos en la historia mexicana. Junto a él reposan
los restos de su esposa. Panteón Tepeyac, próximo a la Basílica de Guadalupe.
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