miércoles, 12 de agosto de 2020

¡ QUE ME MEO !

No hace muchos años que formaban parte del mobiliario de nuestros dormitorios.

Bajo aquellas camas con colchones de lana o espuma triturada se encontraban los orinales.

Bacinilla, cuña, perico, dompedro, bacín… son otros nombres que ha ido recibiendo, en mi casa lo llamábamos “escupidera” y era de plástico por la humilde condición de mi familia.


Los más refinados utilizaban recipientes de plata o fina loza, algunos tan simpáticos como el de la foto de cabecera, este recipiente incorpora la efigie de Napoleón Bonaparte y sobre su cabeza afinaba la puntería todas las mañanas un ingeniero militar inglés.

La foto en cuestión me la ha enviado mi amigo (Chele) José María Gallardo Durán (Profesor y Catedrático del I.E.S Bartolomé J. Gallardo de Campanario, ya jubilado) y nos cuenta lo siguiente sobre tan curioso objeto: 

“Tanto en España como en Gran Bretaña los objetos de uso diario se utilizaron para popularizar la guerra de la Independencia y sus protagonistas.

En Ottawa (Canadá), en el Bytown Museum, se conserva una bacinilla, también llamada orinal (pocos objetos tienen un uso más diario que este), que tiene en su interior una figurilla de Napoleón.

Este orinal de Canadá es de más humilde factura que el de José Bonaparte y el del general mejicano López de Santa Anna. Está fabricado en cerámica vidriada, aunque de muy buen acabado. Fue donado al museo de Bytown por uno de los descendientes del maestro carpintero de John By, fundador del pueblo de Bytown (no se rompieron la cabeza para poner nombre al pueblo), que luego dio origen a Ottawa, capital del Canadá. John By luchó en España en la guerra de la Independencia como capitán de Ingenieros Reales. Estuvo presente en el asedio británico (o los asedios, anterior y posterior a la batalla de La Albuera) de Badajoz de 1811.

Cuando John By llegó al Canadá en 1826 ya era teniente coronel de ingeniero.

 

 

No era la primera vez que iba al Canadá. Había estado destinado en aquel territorio desde julio de 1802 hasta los primeros meses de 1811, cuando debió volver a Gran Bretaña para ir a luchar a la Península Ibérica. En su primer destino en Canadá trabajó en la fortificación de la ciudad de Quebec y en la navegabilidad del río San Lorenzo.

Al terminar la guerra de la Independencia John By se retiró del ejército, pero en 1826, teniendo en cuenta su experiencia como ingeniero en Canadá, se le reclamó allí para supervisar la construcción del canal Rideau, que divide en dos la ciudad de Ottawa. Puesto que el canal se tenía que construir en el valle del río Ottawa, zona que por entonces era agreste y estaba escasamente poblada, lo primero que hubo que hacer fue construir un pueblo para alojar a los hombres que iban a trabajar en el canal. En honor de John By el poblado resultanten recibió el nombre de Bytown. Después lo cambiaron y le dieron el nombre del río.

 

 

 

Hoy día el nombre de Bytown ha quedado en el nombre del museo de Ottawa (Bytown Museum), y como sobrenombre de la propia ciudad.”

 

 LOS OTROS ORINALES


 EL ORINAL DEL REY JOSÉ
 
 
12 de Agosto de 1812, las tropas francesas abandonan Madrid cuando el ejército aliado del Duque de Wellington las vence en la batalla de los Arapiles, y un año después en el verano de 1813, José Bonaparte huía de España ante el rápido avance del ejército aliado. 
 
Los soldados de Wellington encontraron el coche de José Bonaparte abandonado. Había logrado escapar protegido por la caballería francesa, pero en su coche se encontraron no solo documentos de estado, algunas cartas de amor (como no) y un orinal de plata. 



Este regimiento británico de húsares por hacerse con tan singular botín, fue conocido jocosamente durante el resto de su siglo de vida como Las Doncellas de Cámara del “Emperador”, nombre con el que bautizaron al orinal, ya que de un modo u otro se ocupaban del orinal del rey de España. 



Hoy en día, el oficial al mando del regimiento invita tradicionalmente a los oficiales a beber licor del orinal en la noche del homenaje a sus héroes desaparecidos y sigue siendo pieza más preciada del regimiento. Hace unos años se pudo ver este orinal en una exposición en Cádiz sobre el Bicentenario de la Constitución de 1812, junto con otros objetos de la época. 
 


Pero lo más importante del equipaje de José Bonaparte eran más de doscientas pinturas sobre lienzo, desclavadas de sus bastidores y enrolladas, junto con dibujos y grabados. Todo ello lo envió Wellington a Inglaterra para ponerlo a salvo bajo la custodia de su hermano lord Maryborough. Los cuadros fueron examinados por el conservador de la pinacoteca real, quien diligentemente catalogó los principales en una lista de ciento sesenta y cinco. Pronto se dio cuenta, con sorpresa, de que José Bonaparte había sustraído muchas de aquellas pinturas de la colección real española y pretendía llevarlas a Francia. 

 
Informado el duque de Wellington, ordenó devolver las pinturas sin dilación al recién repuesto rey de España Fernando VII. El 16 de marzo de 1814 pidió por carta a su hermano sir Henry Wellesley, entonces representante británico en España, que comunicase a Fernando VII el paradero de las obras y su deseo de devolverlas a España. Pero no recibió respuesta, y en septiembre de 1816 volvió a suscitar la cuestión en una carta al conde de Fernán Núñez, representante español en Inglaterra.

A ésta respondió Fernán Núñez:

 "Adjunto os transmito la respuesta oficial que he recibido de la Corte, y de la cual deduzco que Su Majestad, conmovido por vuestra delicadeza, no desea privaros de lo que ha llegado a vuestra posesión por cauces tan justos como honorables".

El resultado de este “generoso” gesto es que estos magníficos cuadros que pertenecieron a la colección real española puedan verse aún hoy en el Wellington Museum de la Apsley House londinense. 



Son en total ochenta y tres pinturas del equipaje del rey José, de las cuales se puede rastrear el origen de cincuenta y siete gracias a los inventarios reales. Entre ellas se encuentran la Última Cena, de Juan de Flandes, que perteneció a Isabel la Católica; una Sagrada Familia, de Giulio Romano, antaño atribuida a Rafael; Orfeo hechizando a los animales, de Padovanino, y Oración en el huerto, de Correggio. Otras obras maestras son la minuciosa Judith y Holofernes, de Elsheimer, y el imponente Aguador de Sevilla, de Velázquez.

  EL ORINAL DE SANTA ANNA


A algunos de vosotros os sonará este personaje de la película El Alamo. El día después de la aplastante derrota de Antonio López de Santa Anna en la Batalla de San Jacinto, fue capturado por una patrulla de la caballería de Texas y fue acorralando junto a los restos de su ejército. El general mexicano, estaba disfrazado de soldado raso para ocultarse, pero lograron descubrirle. 



Debido a que el campo de batalla estaba cubierto con los cadáveres en descomposición de soldados mexicanos y el hedor era insoportable, unos días después de la batalla, los prisioneros fueron trasladados a una plantación cercana propiedad del Dr. George Patrick. Allí, el 26 de abril de 1836, se celebró lo que llegó a ser conocido como la subasta del botín de guerra. 
 



En primer lugar, el tesoro del ejército mexicano, que consistía en alrededor de 12.000 dólares en pesos de plata, se dividió entre los soldados, cada hombre recibió alrededor de 9 dólares. Los soldados también compraron mosquetes, sillas, mantas, espuelas, caballos y mulas. Los artículos subastados incluyeron también algunas de las pertenencias personales de Santa Anna. 



Houston no participó en la subasta, pero varios de sus oficiales sí, compraron la brida de Santa Anna y la silla con estribos de oro por 800 dólares. Según el historiador Stephen L. Moore, John Wharton compró 400 dólares en bienes para Houston.

La evidencia documentada de la subasta sugiere que alguien, posiblemente Wharton, también compró el orinal de plata del general mexicano y lo presentó a Houston como una broma. El orinal es de ocho pulgadas de diámetro y cuatro pulgadas y medio de profundidad. Sus dos asas adornadas terminan en cabezas serpentinas. Los sellos estampados en su base muestran que se hizo en la ciudad de México a finales de 1820 o principios de 1830 por el maestro platero José María Martínez.

Santa Anna fue un hombre de ambición desmesurada e inmensa vanidad. Sábanas de seda, fuentes de plata y copas de cristal formaban parte de su equipaje. 

Se le llamó "el Napoleón del Oeste " y de hecho hay muchas similitudes de la historia sobre  el hermano de Napoleón, rey de España, también tenía un orinal de plata y fue capturado por los británicos cuando huía. Si el rey de España fue a la guerra con un orinal de plata, ¿por qué no de Santa Anna?.


El orinal se encuentra en el Sam Houston Memorial Museum.


 
El Monumento de San Jacinto es una columna de 173,7 m. de alto, se encuentra en el Condado de Harris, Texas (USA). Está coronada por una estrella de 220 toneladas que conmemora la batalla de San Jacinto, es el monumento de mampostería con forma de torre más alto del mundo.
 



Caja de vino de Santa Anna capturada en la batalla.


Las pistolas y la silla de montar del general. 




El 27 de septiembre de 1842, en medio de un gran desfile militar y político, el general Santa Anna, que había perdido en combate su pierna izquierda, organizó para ésta un brillante entierro, del miembro de un hombre aún vivo, al que concurrió por la novedad y rareza de la función, la gente más ilustre de México y un inmenso pueblo atraído por la novedad de este singular espectáculo.
 
Dos años más tarde, el 6 de diciembre de 1844, una turba profanó y destruyó el monumento del general y luego exhumó la, que estaba enterrada en el cementerio de Santa Paula, y la arrastró por las calles de la capital.



Tumba de Antonio López de Santa Anna . Presidente de México en once ocasiones, instaurado como dictador vitalicio con el tratamiento de Alteza Serenísima. Es uno de los personajes de los más importantes y polémicos en la historia mexicana. Junto a él reposan los restos de su esposa. Panteón Tepeyac, próximo a la Basílica de Guadalupe.

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