lunes, 28 de octubre de 2024

DON BENITO. CRONOS. EL RELOJ DE LAS TINIEBLAS, por DOVANE63


En el verano del año 2020, mientras preparaba un reportaje en la Sala de Exposiciones de la Casa de Cultura, me encontré con mi viejo amigo Carlos, que reside desde hace años fuera de la ciudad. Hacía muchos años que no nos veíamos, pero me comentó que seguía con asiduidad mis publicaciones en las redes sociales y que estaba interesado en contarme una experiencia personal a sabiendas de cuánto me interesan ciertos temas.

Recordamos aquellos tiempos de estudiante en la destartalada escuela de la calle Fernán Pérez y entre café y café me hizo partícipe de esta increíble historia. 

CAPITULO PRIMERO. EL VINO

 Era yo un niño cuando visité por primera vez aquella casa de distribución típicamente dombenitense, puerta de madera con postigo, pavimento de rollos de río con baldosas hidráulicas a ambos lados del amplio pasillo y forjado de palos y cañizo.

Mientras caminaba por el pasillo, contemplaba los retratos que colgaban de sus paredes, pertenecían a personas de triste semblante, todos vestidos de negro y que parecían seguirte con la mirada. De las oscuras habitaciones emanaba un peculiar aroma que inundaba toda la casa, era como el de los melones que se cuelgan para consumir fuera de temporada.

 Presidiendo el comedor, un reloj de pared tapado con una vieja sábana, como la de un fantasma.

En la casa vivía una mujer muy mayor, la señora Ana, junto con sus dos hijos, Pedro y Camilo (solterones, como decimos por aquí) pero que casi nunca estaban, pues se dedicaban a las tareas del campo, se ausentaban por temporadas, por lo cual la anciana pasaba la mayor parte del tiempo en soledad con tan solo la compañía de sus gatos.

Hacía su vida en la gran cocina, no había ni televisión ni radio, del techo colgaban embutidos procedentes de la matanza, chorizos, morcillas, salchichones, lomos y tocino.

El motivo de mi visita era comprar vino de pitarra por encargo de mi padre, para ello llevaba una pequeña garrafa que la mujer llenaba a duras penas con una garrafa mayor por medio de un embudo.

Mientras llenaba la garrafa, los minutos se me hacían eternos, yo esperaba sentado en un sofá de madera, no podía dejar de mirar la pared donde se encontraba el reloj, parecía que llevaba el compás del glu-glu del vino pasando de un recipiente a otro.

Estaba yo pisando la badila del brasero, por lo cual, el tac-tac que producía sobre la tarima de madera evidenciaba mis miedos. La anciana se percató de ello y con voz calmada me dijo:

– ¿De qué tienes miedo hijo?

La mirada fija en el reloj me delató. 

– Es un reloj muy especial y antiguo – me dijo con su peculiar voz a consecuencia de haber perdido todos sus dientes.

– Está en nuestra familia desde cuando la guerra contra los franceses. Según me contó mi madre: a mi abuelo, se lo dio un soldado francés en pago por socorrerlo tras resultar gravemente herido en una refriega cerca del río Ortiga. Le dijo que procedía del saqueo de una gran posada de Medellín.

Tuvieron que amputarle una pierna que tenía destrozada, y finalmente murió a causa de sus heridas.

A este reloj  no hay que darle cuerda, funciona siempre, y solo se detiene en momentos específicos, relacionados siempre con una tragedia y provoca sucesos extraños cada vez que se mira, es por eso por lo que lo tenemos tapado.




CAPITULO SEGUNDO. EL ORACULO DE LA MUERTE

 

Pagué a la anciana, cogí la garrafa y salí a toda prisa para mi casa muerto de miedo, pero con la intriga de saber más sobre el misterioso reloj. 

Así pues, llegada la festividad de San Antonio, mi padre volvió a mandarme a comprar vino para celebrar su Santo, pudo más mi curiosidad que el miedo y llamé a la puerta, abrí la aldabilla que la sujetaba y le di los buenos a la mujer, puse “las perras” en la camilla y la señora Ana me invitó a sentarme.

Para mi sorpresa el reloj estaba destapado y parado, era precioso, el exterior de madera barnizada, la esfera decorada con una especie de diablo alado fumando en pipa y sosteniendo como una guadaña en su mano.

– Sí hijo, se paró justamente hace unas dos horas y estoy muy preocupada, no lo quiero ni mirar – me dijo la anciana.

Se desplazó hasta la cocina para llenar la garrafa, entonando una especie de oración que decía así: 

– Ten misericordia de mí, oh, Dios; ten misericordia de mí, porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me refugiaré hasta que pasen las calamidades. 

No me había percatado, pero en la otra punta del viejo sofá estaba sentado un señor, pensé que también iba a comprar vino. Estaba todo vestido de negro, que recordaba a los personajes de los cuadros del pasillo, la piel se me erizó y empecé a sentir frio, mucho frio; tenía el señor los brazos cruzados y miraba fijamente al reloj asentado con la cabeza, como esperando que sonara una campanada para ponerse en pie. 

Sonó de repente una campanada y se levantó de un brinco, me miró fijamente y con una mueca de terror en su rostro exclamó:

– ¡A esa hora he muerto yo!

Y como un azucarillo en el café poco a poco su figura se desvaneció.

Al momento, el tic-tac del reloj cogió fuerzas y las manillas dieron vueltas a toda velocidad hasta señalar la hora que era en esos momentos, recuperando su velocidad normal.

– ¡Espera hijo, que te dejas el vino! – dijo la mujer al ver que corría por el pasillo en dirección a la calle.

Nunca le conté lo sucedido a nadie, hasta hoy.



CAPITULO TERCERO. LA INSCRIPCION


Pasaron los años y cuando casi había olvidado aquella pesadilla, una fría tarde de octubre y sin darme cuenta, olvidé mi rutina de rodear la calle donde se encontraba la casa. De la ventana del ‘doblao’ bajo unas calabazas, colgaba un cartel de SE VENDE que había colocado una inmobiliaria. 

Pregunté a una vecina que en aquel momento se encontraba barriendo la puerta de su casa. 

– ¿Qué fue de la señora Ana y de sus hijos, que vivían en la casa?

– Murió hace ya tiempo, parece ser que cayó en uno de los conos de vino que tenían en la bodega y la pobre se ahogó. Sus hijos son ya muy mayores, pusieron la casa en venta y se fueron a una residencia de ancianos.

– Vaya, pobre mujer – le contesté.

– Pero si usted está interesado en la casa, llega tarde, porque la ha comprado un matrimonio de Villanueva.

– No, no, solo era curiosidad – le respondí.

Tras conocer la noticia de la muerte de la anciana, perdí de alguna manera el miedo a pasar por esa calle. Un día vi que estaban derribando la casa y junto a ella se encontraba un contenedor de escombros al que había tirado toda clase de elementos y enseres, el cañizo del forjado, varias damajuanas de vidrio, etc., y medio enterrada, una caja que parecía confeccionada con madera procedente de los embalajes para quesos y que tenía atado con una cuerda un roído crucifijo.

Retiré parte del cañizo, la tierra de su alrededor, y traté de abrirla, pero los clavos que la cerraban estaban muy incrustados, no pesaba mucho y al moverla, escuché un sonido que me resultó familiar, era la campana de aquel maldito reloj del francés.

Me lo llevé a casa, y sin desembalarlo lo coloqué en un rincón del sótano, como si fuera un trofeo conseguido tras haber vencido a mis miedos.

Allí estuvo varios meses, un día quité el crucifijo y desde entonces el tic-tac procedente de su interior se hizo insoportable. Me recordó al juego de aquella película que pusieron hace poco por televisión, no recuerdo ahora el título, esa en la que unos niños encuentran un juego de mesa.

– Jumanji – le respondí yo.

– Sí, esa misma – me dijo.

Una noche, cuando todos dormían, cogí un martillo y con mucho cuidado fui quitando los clavos que sujetaban la tapa, retiré una raída sábana que lo envolvía y efectivamente era el reloj.

Decidí llevarlo a la relojería de un amigo para su revisión y ajuste. Resultó ser un extraordinario reloj de pared de una prestigiosa marca alemana, originario de la Selva Negra y datado aproximadamente hacia el año 1800. Caja fabricada en madera maciza tallada a mano. Reloj de cuerda y péndulo, que da las horas y las medias horas, funcionando correctamente.

– Si estás interesado en venderlo lo puedo incluir en mi catálogo online, le haremos una fotografía – me dijo el relojero.

En la relojería estuvo varios días, siempre tapado, hasta que mi amigo insistió en que me lo llevara, pues desde que estaba en su tienda, fueron varios clientes los que se quejaron de percibir un desagradable olor como a melones podridos.

Cuando fui a recogerlo, me dijo que alrededor del péndulo tiene grabada una inscripción muy desgastada, apenas visible, dice algo así: 

“San Caralampio. Patrón dos borrachos e dos coxos”



CAPITULO CUARTO. EL SOLDADO FRANCES

La inscripción está escrita en gallego y traducido al castellano viene a decir algo así:

 “San Caralampio. Patrón de los borrachos y los cojos”

 Curioso que el reloj estuviera siempre relacionado con personas que tenían que ver con el vino, los licores y los cojos, recordemos que el soldado francés perdió una pierna durante la Batalla de Medellín el 28 de marzo de 1809.

 Lo que no os he contado es que mi amigo hace algunos años sufrió un accidente laboral que le ocasionó la amputación de parte de su pierna derecha.

 Las piezas de este extraño puzzle parece que van poco a poco encajando, este objeto debe tener una historia oscura, como haber pertenecido a alguien que murió trágicamente, y su energía residual podría manifestarse a través de fenómenos extraños.

 Podría marcar horas que no corresponden a la realidad, como detenerse en momentos clave o retroceder, lo que podría indicar la presencia de espíritus atrapados en el tiempo, permitiendo que contemplemos visiones del pasado o incluso apariciones de personas que han estado conectadas al objeto.

 Pero la historia no termina aquí, continúa el relato de mi amigo:

 – No quise llevarme el reloj a casa y lo llevé a la casa de los abuelos, que lleva muchos años cerrada, voy muy a menudo por allí, pues aparte de servirnos para guardar trastos y muebles que no utilizamos, tengo un pequeño taller donde monto maquetas de modelismo. Colgué el reloj en el salón, por supuesto luego lo tapé con la vieja sábana, no sé, sentía que debía hacerlo, no me preguntes el por qué. Voy allí casi a diario, ahora que estoy jubilado.

 La semana pasada tuve el deseo irrefrenable de destapar el reloj, me quedé como hipnotizado mirándolo y de repente, no sé cuánto tiempo pasaría, pero en la esquina del salón se materializó la figura de un soldado.

 – Su uniforme, estaba desgastado y manchado de barro, revelaba las cicatrices de una guerra brutal. La chaqueta azul, característica de los soldados franceses, estaba rasgada y sucia, mientras que los botones brillaban tenuemente, como si aún llevaran el peso de la historia. El espectro, con una expresión de dolor y sufrimiento, se acercó lentamente.

 Su rostro, pálido y demacrado, mostraba la huella de la muerte, pero sus ojos, aunque vacíos, parecían transmitir una profunda tristeza y anhelo. En su pecho, una herida abierta, emanaba un tenue resplandor, como si la vida misma se hubiera quedado atrapada en ese instante fatídico.

 Paralizado por el miedo, observé cómo el soldado levantaba su mano, señalando hacia el reloj, como si intentara comunicar un mensaje y con voz de ultratumba dijo:

 “Fui terriblemente mutilado y encontré la muerte en los campos de España. No olviden nuestro sacrificio”.

 La figura del soldado se tambaleó, como si luchara por mantenerse en este mundo.

El reloj estaba parado a las 3:30 y tal como apareció, comenzó a desvanecerse. Creo que fui testigo de algo más que una simple aparición; había presenciado el dolor de un alma atrapada entre dos mundos, un recordatorio de las atrocidades de la guerra y el sacrificio de aquellos que lucharon en ella.

 Luego me llevé un susto de muerte, el tic-tac del reloj cogió fuerzas y las manillas dieron vueltas a toda velocidad hasta señalar la hora que era en esos momentos, lo tapé y no he vuelto a ir por la casa, ya no me atrevo.

 – ¿Qué te parece si vamos a Asilo y hablamos con los hijos de la señora del vino? – le comenté.

– Vale, tal vez puedan dar algo de luz a esta extraña historia – contestó.

 Y así lo hicimos. De los dos hermanos, tan solo quedaba con vida uno de ellos, el mayor había muerto al poco de ingresar en la residencia de ancianos.

 Nos invitó amablemente a sentarnos y nos contó...



CAPITULO QUINTO. EL GRIMORIO

El hombre, ya muy mayor, estaba sentado en una silla de ruedas, aprovechando la luz que entraba por la ventana leía un viejo libro, caída en el suelo estaba una vieja estampa del Arcángel San Miguel, que utilizaba como marca-páginas.

 – Gracias joven, llevo todo el día buscando la estampita.

 La besó, y con sus temblorosos dedos marcados por las cicatrices de los muchos años de duro trabajo en el campo, la guardó entre las páginas del libro con mucha delicadeza.

 El libro que se apresuró a guardar bajo la manta que cubría sus piernas era un grimorio. Escrito entre la Alta Edad Media y el siglo XVIII, concretamente era ‘El libro de San Cipriano’. Un ejemplar que contiene correspondencias astrológicas, listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, convocar entidades sobrenaturales y fabricar talismanes.

Aquí os dejo un enlace por si os apetece leerlo o consultarlo, está en castellano.

 https://archive.org/details/ellibrodesancipr00surf

 – Hace mucho tiempo que no recibo visitas, ¿Tienen un cigarrito?

 – Lo siento, en el 2008 me retiré del vicio – le contesté.

 – Vaya por Dios, ¿Qué desean los señores, ustedes dirán en qué puedo servirles?

 Nos invitó amablemente a sentarnos.

 – El motivo de nuestra visita es hablarle sobre un reloj de pared que estaba en casa de su madre.

Al oír la palabra ‘reloj’ el anciano palideció y echó mano de nuevo a la estampa que había guardado en el libro, se santiguó y la besó.

 – ¡Madre de Dios! ¿Se refieren al reloj del francés?

 Le contamos lo sucedido y no se sorprendió en absoluto, pues desde su más tierna infancia había sido testigo de innumerables sucesos, a cuál más extraño y misterioso.

 El más impresionante fue el último que vivió en la casa. Al mes de morir su madre, tras pararse el reloj, vieron como procedente de la cocina surgía una negra figura flotando en el aire, que al entrar en el salón vomitó tal cantidad de vino tinto que inundó, como un mar embravecido, toda la casa. Era el espectro de su madre, que señalando al reloj les dijo:

 – Este reloj que tenemos en casa, es una puerta hacia las tinieblas, que es de donde yo vengo, señala la hora en la que el diablo reclama las almas. Metedlo en una caja de madera y enterradlo junto a un crucifijo y que nunca más vuelva a ver la luz.

 Así lo hicieron los hermanos, y en el patio de la casa, junto a un limonero, enterraron el reloj pensando que de esa manera terminarían los fenómenos paranormales.

 Abandonamos el asilo, y nos dirigimos a la casa con la intención de volver a enterrar el maldito instrumento.

 No habíamos llegado, cuando sonó el teléfono, era nuestro amigo el relojero, para comentarnos que había llegado un señor, con acento extranjero y de aspecto siniestro, preguntado por aquel viejo reloj que había visto en su catálogo.



CAPITULO FINAL. EL SINIESTRO

 

Al día siguiente, el extraño personaje se puso en contacto con Carlos por mediación del relojero. 

El personaje llamó a la puerta a la hora convenida, vestía todo de negro, unas ropas que parecían absorber la luz. Sus ojos, dos pozos de oscuridad, se fijaron rápidamente en la sábana que envolvía el reloj. 

– Devuélvemelo, susurró, su voz resonando como un eco en la penumbra. Ese reloj no te pertenece. Es un vínculo con fuerzas que no comprendes.

Carlos, temblando de miedo, recordó las advertencias que había escuchado sobre el reloj: que traía consigo una maldición, que aquellos que lo poseían eran perseguidos por sombras eternas. Sin embargo, en su mente, una chispa de valentía comenzó a encenderse.

– No puedo entregártelo, respondió, su voz temblorosa pero decidida. No sé qué poder tiene, pero no puedo dejar que caiga en tus manos.

El siniestro sonrió:

– ¿Crees que puedes desafiarme? Este objeto es sólo un fragmento de lo que realmente soy. Si no me lo entregas, sufrirás las consecuencias.

La entidad demoníaca anhelaba recuperar lo que le pertenecía. El aire estaba impregnado de un hedor a azufre y desesperación, mientras el eco de susurros ininteligibles resonaba procedente del reloj, como si estuviera vivo, brillaba con una luz siniestra a través de la sábana.

El demonio, una figura oscura y retorcida, cuyos ojos ardían con un fuego infernal, con una voz que resonó como un trueno, reclamó su pertenencia:

– ¡Devuélvemelo, mortal! No eres más que un ladrón en mi reino de sombras. 

La atmósfera se tornó pesada, era muy impactante y llena de tensión y Carlos sintió cómo la posesión del reloj se convertía en una carga insoportable. 

Con el corazón latiendo con fuerza, se refugió tras el viejo crucifijo, símbolo de fe y esperanza en medio de la oscuridad. El personaje demoníaco retrocedió, pero con su presencia amenazante, exigió la devolución del reloj, un objeto que representa no solo el tiempo, sino también el control y el poder sobre la vida de los mortales.

El reloj comenzó a vibrar, como si estuviera vivo, alimentándose del miedo y la desesperación de Carlos. En un momento de claridad, comprendió que el verdadero poder no residía en el objeto, sino en la elección de liberarse de su influencia, y con un grito desgarrador, arrojó el reloj al suelo, donde se hizo añicos, liberando una oleada de energía oscura que envolvió al demonio.

El ser, atrapado en su propia ira y desesperación, se desvaneció en un grito de furia, mientras las sombras se disipaban y la luz comenzaba a filtrarse por las ventanas.

Carlos, aunque libre de la maldición del reloj, quedó marcado por la experiencia. La lucha había terminado, pero el eco y la advertencia de lo que había enfrentado perduraría el resto de su vida.

 

FIN

 

NOTA: Es una historia de ficción que parte de una idea o hecho que da lugar a lo que posteriormente será el tema y el desarrollo del argumento, la trama, los personajes, etc.

Escrito especialmente para la época de la fiesta de Halloween.

viernes, 18 de octubre de 2024

DON BENITO. NITRATO DE CHILE



En esta foto, podemos ver lo que queda del icónico mural cerámico de “Nitrato de Chile” de Don Benito, se encuentra en la C/ Canalejas, a la altura del número 29.
 
Desgraciadamente hace algunos años fue mutilado para ampliar la puerta de acceso a un local comercial, una pérdida irreparable. 
 

 

La primera vez que vi esa silueta negra del jinete a caballo sobre fondo amarillo, siendo yo un niño, me quedé impactado pese a no saber que anunciaba, es de esas imágenes que se te quedan grabadas como a fuego.

Ya con el tiempo supe que, aquel impresionante "pistolero" en realidad era un agricultor y que el nitrato de Chile se empleaba como fertilizante.

Retengo también en mi memoria la imagen del que se encontraba a la salida de la ciudad, en la carretera de Mengabril.

Don Benito - Cuatro Caminos. Foto: D.S. Cordero

 

Hubo en Medellín otro en un sitio estratégico junto al puente de Felipe IV. 

 


 

Esta curiosa foto que adjunto me la envió mi amigo Andrés Sánchez Díaz, la instantánea en cuestión ilustra un artículo del año 1936 que firma el periodista John W. Breckenbridge, para la revista argentina “Ahora” sobre aspectos de la Guerra Civil Española titulado: “El avance rebelde sobre Toledo”.

 

 

El pie de foto dice lo siguiente: “Entre los refuerzos enviados desde Madrid, a los frentes de Extremadura, figuraban numerosos Tanques construidos en los arsenales barceloneses y que estaban prestando servicios en los frentes de la Sierra del Guadarrama.  Un tanque en el momento de su descarga en el pueblo de Medellín”.


 

 

En la imagen vemos un carro de combate que va a ser descargado de un camión, se sitúa la acción a la salida del puente de Felipe IV, al fondo se puede ver la casa de la Travesía del Puente, donde estuvo ubicado durante muchos años el archiconocido azulejo de “Nitrato de Chile” .

En la fachada de ese momento se podía leer: “ROCA DE PEÑAR….., NITRATO DE CHILE, DEPOSITO SAN FRANCISCO, 5 – DON BENITO, BADAJOZ.


 


También he tenido la oportunidad de fotografiar recientemente el que se conserva (en muy buen estado) en Trujillo, en la fachada del antiguo convento de la Merced.

Estos murales cerámicos empezaron a colocarse en los años 20 del siglo pasado, una exitosa campaña basada en el diseño, en estilo Art Decó, que realizó un estudiante madrileño llamado Adolfo López-Durán Lozano hacia 1929 y, que años más tarde se convertiría en catedrático de Dibujo de la Escuela Superior de Arquitectura de la capital de España. Falleció este señor en el año 1988 y los retablos cerámicos fueron confeccionados en una fábrica valenciana propiedad de Ramón Castelló.

 

 

El 28 de junio de 2023 la Junta de Extremadura aprobó que los icónicos Carteles Art Déco de Nitrato de Chile fueran declarados Bien de Interés Cultural (BIC), con el objetivo de "conservar los ejemplares que perduran en la región".

Aparte de los carteles citados, existe un registro que dice que en Extremadura todavía se pueden ver en: 

Alburquerque, Alconchel, Almoharín, Casas de Don Pedro, Fregenal de la Sierra, Fuente de Cantos, Granja de Torrehermosa, Madroñera, Montijo, Olivenza, Puebla de la Calzada, Puebla del Maestre, Siruela, Talavera la Real, Torrejoncillo, Valencia del Ventoso, Villamesías, Zarza de Granadilla y Zorita.

 

sábado, 3 de agosto de 2024

DON BENITO. RAMONA GALÁN - UNA VIDA DE PELÍCULA


 

Si relacionamos a nuestra ciudad con el mundo de la ópera, enseguida pensamos en un nombre: "El Tenor Paredes".

 


 

Pero antes hubo una cantante dombenitense, desconocida para una gran mayoría de sus paisanos, cuya grandeza de voz resonó en los más selectos teatros del mundo: el Teatro Real de Madrid, el Metropolitan Opera House de Nueva York , San Patesburgo, la Scala de Milán, el Covent Garden de Londres... 

 


 

Actuó ante reyes y presidentes y compartió escenario con artistas de la talla de Enrico Caruso (el mejor tenor de todos los tiempos), también con Titta Ruffo, Aricle D´Arcrett y Miguel Fleta, entre otros.

María Ramona Galán Ruiz nació en Don Benito el 11 de febrero de 1876, en la Posada del Sol, que estaba en la plaza de España, donde hoy se encuentra el ayuntamiento.

 


Debutó el 8 de noviembre de 1894 en el Teatro López de Ayala de Badajoz con la obra “La Gioconda” cosechando un enorme éxito, preludio de lo que sería una fulgurante carrera, tan solo tenía 18 años.

 

 

La Región Extremeña del 6 de noviembre de 1894 publicó la siguiente nota de prensa:

"La contralto doña Ramona Galán comenzará el jueves su carrera artística, desempeñando un papel en Gioconda. Según los informes que hemos adquirido, la señorita Galán nació en Badajoz; cuenta dieciocho años y es bonita. Celebraremos que el público acoja cariñosamente a la debutante".

 


 Pulsando en la imagen podrás escuchar la voz de Ramona Galán.

Realizó una exitosa gira por los países del este de Europa, visitando Varsovia, Odesa, Moscú y San Petesburgo. En la capital rusa actuó ante el mismísimo Zar Nicolás II, que quedó tan impresionado ante la voz y la belleza de la dombenitense, que al día siguiente se presentó junto a su ayudante de campo al hotel donde se hospedaba Ramona para entregarle un estuche que contenía un espectacular collar de perlas.

 


 

Contrajo matrimonio con el abogado y tenor D. Cándido María Menchaca, natural del barrio de Algorta del municipio vizcaíno de Guecho. Pero el destino, a menudo caprichoso, le reservó un final trágico, recordándola que incluso las estrellas más brillantes pueden desvanecerse en la oscuridad.

 

 


Ramona Galán en el año 1917


Su acto final muy diferente al éxito que cosechó durante toda su vida, pues acabó sus días ciega y en la miseria, vendiendo cupones a las puertas del teatro que tantas noches la vio triunfar, cada billete cantado llevaba consigo el eco de un pasado glorioso.

 


 Ramona Galán en el año 1957, vendiendo el cupón de los ciegos.

Falleció la mujer, a cuyos pies cayó rendido el mismísimo zar de Rusia, el 10 de abril de 1962 en una habitación alquilada de Madrid, su única riqueza en aquel momento era un sencillo escapulario de la Virgen del Carmen que colgaba de su cuello, dicen que lo estimaba más que al collar de perlas que le regaló el zar.

Si estas interesado/a en conocer el resto de su apasionante vida, lo encontrarás en la edición que está haciendo del libro Biografías Dombenitenses (Vol. 1) la Asociación Torre Isunza.



FUENTES Y AGRADECIMIENTOS:

 

DIEGO SOTO VALADÉS: “Manuel Paredes Lozano (1894-1982)” en Biografías dombenitenses (entre los siglos XIX-XX.

DANIEL CORTES GONZÁLEZ, escritor e investigador, presidente de la Asociación “Torre Isunza” para la Defensa del Patrimonio Histórico y Cultural de Don Benito.

Fotografía Tenor Paredes cedida por GLORIA HURTADO PAREDES, sobrina/nieta de Manuel Paredes Lozano.

GONZÁLEZ MURILLO, Santiago (1999): “Ramona Galán Ruiz. Biografías dombenitenses (entre los siglos XIX-XX)

Diario Informaciones de Madrid, 07/12/1957.

Memorias de Getxo. 5 de septiembre de 2016. Las temporadas del Arriaga y los veranos de principios del siglo XX. 

El teatro en Valladolid: siglo XIX Alonso Cortés, Narciso, 1875-1972 Valladolid: Imp. Castellana, 1947.