Las leyendas urbanas son relatos cortos donde se mezclan hechos y lugares reales con eventos sobrenaturales, y siempre tienen una moraleja. Increíblemente, alguna de ellas se propaga como la pólvora, a veces no se sabe su origen e incluso se mezclan entre sí.
Ya se ha convertido casi en una tradición que llegando la fiesta de Halloween publique una pequeña historia "de miedo”, la de este año también tiene su parte de veracidad o tal vez sea... toda cierta.
DON BENITO 1899. LA CASA DE LOS AHORCADOS
Casi todos habéis pisado la calle donde se encuentra esta casa, una de tantas y aparentemente normal, está situada en una céntrica calle, zona de paso a los lugares de paseo y recreo de los dombenitenses, siempre me llamó la atención que no tuviera número ni tirador su puerta.
Yo mismo fui testigo un día de lo inesperado, me dirigía a la plaza para tomar café con mi amigo Diego, cosa que hacemos todos los sábados desde hace años, y al llegar a la altura de esta casa sentí la necesidad de girar la cabeza y mirar hacia su interior, ya que en esa ocasión se encontraba la puerta abierta de par en par, y en mitad del pasillo pude contemplar a dos niñas de corta edad que llamaron mi atención. Vestían ropas de color púrpura y estaban jugando, sus cabellos cortos y de un color dorado, una imagen que me recordó aquellas estampas de publicaciones de moda de finales del siglo XIX.
En esos momentos no me paré, pero andados unos pasos di marcha atrás y volví para comprobar si lo que había visto era real. Volví a mirar hacia la casa y ni rastro de las niñas, solamente vi a un hombre que cargaba un saco de cemento, ya que la casa estaba siendo reformada.
-Buenos días, ¿no había unas niñas jugando en esta casa?
Extrañado, el obrero soltó el saco, se sacudió el polvo y me dijo:
- Aquí solo estoy yo, se debe Vd. haber equivocado.
- Discúlpeme entonces, hasta luego, respondí.
No quise decirle nada más y me marché pensativo, ¿será una alucinación?
No había recorrido ni veinte metros cuando escuché al albañil gritar:
- ¡Oiga, oiga! Haga Vd. el favor.
Volví nuevamente a la casa y el hombre en voz baja y temblorosa me dijo lo siguiente:
- Estoy pensando en lo que me ha dicho y me da cosa volver a la casa. Le voy a contar algo que es difícil de creer. Estoy reformándola porque sus actuales propietarios quieren deshacerse de ella a toda prisa, creo que el motivo es por cosas de esas que salen en el programa del Iker Jiménez.
No salía de mi asombro, en ese momento y pensando en lo que había visto sentí como mi pulso se alteraba.
- El otro día oí a los dueños decir que se escuchan fuertes lamentos en medio de la noche, luces que se apagan, puertas que se cierran y que esta casa esconde una especie de maldición que ha perdurado y perdurará por siglos.
Le conté que había visto al pasar frente a la puerta, a dos niñas de extraño aspecto y su respuesta fue sorprendente.
- Voy a entregar la llave a los dueños, ahora sí que no vuelvo a esa casa, aunque pierda mi salario.
Pasados unos días, observé que un camión de mudanzas estaba aparcado en la puerta y que varios operarios lo cargaban de muebles y enseres, era la tercera mudanza que se hacía en poco menos de diez años. La inmobiliaria, días después, volvió a colgar el cartel de “Se vende”.
En esos diez años, dos veces había recibido la visita de la policía científica y tras ellos la de la funeraria, el motivo: dos muertes por suicidio por el método del ahorcamiento.
Aunque tengo vivienda en propiedad, la curiosidad me invadía y llame a la inmobiliaria para interesarme por la casa y tratar de conocer la historia que oculta.
El agente no me contó nada fuera de lo común y se limitó a mostrarme las bondades de la propiedad e indicar que el precio había bajado tanto porque el actual propietario, por razones de trabajo, había tenido que marcharse rápidamente de la ciudad y le hacía falta el dinero. Todas aquellas explicaciones me sonaron “a chino” y no hacían más que aumentar mi curiosidad, pero no culpo al agente, pues él solo hacía su trabajo.
Don Benito, la misma casa a finales de octubre de 1899.
Juan de Dios es el mayor de tres hermanos, su padre, D. Meinardo, un coronel retirado que ha sufrido una terrible mutilación en una batalla, es un alcohólico que abusa de él por cualquier motivo que le enfurece, le da unas palizas tremendas mientras le dura la borrachera. Es un niño muy grande para su edad, debido a su fuerza, a su vez también abusa de los demás niños de la calle. De carácter retraído y solitario, es muy corriente verle torturando gatos y perros por el barrio y reúne todos los rasgos característicos de un auténtico psicópata.
Su madre Enriqueta es hija única de una familia de noble cuna, pero de escasos recursos y venida a menos, siempre enlutada, solo abandona la casa para ir a oír misa en la iglesia de Santiago.
El resto de la familia lo componen las gemelas, Rosario y Dolores, las debilidades del cabeza de familia.
Una tarde cuando regresa de la escuela, Juan de Dios se encuentra con otro niño, Federico, el hijo del maestro, al que sin aparente motivo alguno empieza a golpear, mientras le obligaba a proferir obscenidades contra la iglesia y la escuela. Amenazándole con la punta de su navaja en el cuello trata de arrojarle al llamado “Pozo de los borrachos”, pero se da cuenta de que es observado por un arriero que sube por la calle Villanueva y sale corriendo, dejando al niño malherido, casi al borde de la muerte.
Este pozo tenía este peculiar nombre porque fue costeado con las multas que se imponían a los borrachos de la época.
Al día siguiente, la brigada de la policía local y el arriero se presentaron en la escuela para identificarlo, pero el mulero no estaba seguro. A pesar del intenso y severo interrogatorio, Juan de Dios se mantiene tranquilo, manteniendo su inocencia en todo momento.
Su padre es requerido para llevárselo y con la premisa de no dejarle de salir de casa hasta que todo se aclare, gracia obtenida solamente por ser quien es, compañero de armas del jefe de la Brigada de Policía.
Llegan a casa y sin mediar palabra, le arroja violentamente dentro del sótano que se encuentra al final del patio, a sabiendas que le aterra la oscuridad, entre llantos le suplica que le deje salir. Desde la ventana del piso superior la madre observa la situación impasible, y sin alterarse lo más mínimo.
El padre entra en la cocina y de una alacena, saca una botella de aguardiente y con la mirada perdida, se va sirviendo copa tras copa, hasta vaciar la botella.
Por su mente pasan las imágenes de cuando practicó la llamada “pena de baquetas”, un antiguo castigo que por ciertos delitos se daba en la milicia. Se desnuda al delincuente de medio cuerpo y forman una especie de calle los soldados, los cuales al pasar el reo le dan en la espalda con las correas de baqueta, varas o portafusiles.
Los lamentos e improperios de Juan de Dios desde el sótano son cada vez más débiles, por fin el padre tras la borrachera, en uno de los pocos momentos que se encuentra sereno, le libera de su cautiverio.
Arrastrándose y sin apenas ponerse en pie debido a la tremenda paliza propinada, mira hacia la ventana desde donde le observa su madre, alza su mano en señal de pedir ayuda, pero las cortinas se cierran y pierde toda esperanza de defensa. Ella piensa realmente que albergó en su vientre una abominación y que nunca debió de nacer.
Han pasado varios días y el hijo del maestro vuelve en sí, ahora podrá identificarse al agresor, pero una recaída de última hora le vuelve a sumir en las sombras y el niño muere ante la impotencia de los médicos.
No hay pruebas que incriminen a Juan de Dios, ya que nadie cree que un niño pueda cometer semejante delito, y por tanto las investigaciones se centran en el pobre arriero que sin posibilidad de defensa alguna da con sus huesos en prisión y ahora se le acusa del terrible crimen.
Juan de Dios no indica signos de arrepentimiento, y alimenta su vileza con el odio a su madre y las ansias de venganza hacia su padre, trama con frialdad un diabólico plan para convertir sus vidas en un verdadero infierno.
Han decidido ingresarle en un estricto colegio que más bien parece un reformatorio, pues allí se forman las “ovejas negras” de la vieja burguesía, cosa que no está dispuesto a aceptar y decide poner en práctica su terrible plan.
Aprovechando la ausencia de su madre, que ha ido a llevar flores a sus padres al cementerio, día de todos los Santos, en un ataque de ira le arranca la cabeza al pajarito que tienen como mascota y, espera a su padre a sabiendas de que volverá con una vergonzosa borrachera.
El padre, que apenas se tiene en pie, trata de abrir la puerta, pero es tan grande la embriaguez que no es capaz de abrir y se sienta en el umbral esperando a despejarse. De pronto se abre la puerta y como un saco de patatas cae de espaldas hacia dentro.
Entra por el pasillo a oscuras y se va llevando por delante macetas y todo cuanto encuentra en su camino, sin saber muy bien qué ha pasado, se lleva la mano al pecho, del que brota sangre como una fuente, recibe además numerosas heridas, de las llamadas defensivas, en brazos y manos. Se cuentan hasta dieciocho heridas en el tórax, un ojo apuñalado, así como heridas profundas en el escroto.
La vieja que cuida a las niñas es de sueño profundo y apenas se percata de lo sucedido, achaca el jaleo a las típicas borracheras del conocido por todos como el “coronel”, y se vuelve a dormir, no imagina lo que está a punto de suceder.
Juan de Dios sube sigilosamente las escaleras como una alimaña en busca de su presa, tapa la boca de la vieja criada que descansa en una mecedora, caen las agujas y los ovillos de lana de la anciana que nada puede hacer por salvar su vida. Las dos niñas duermen plácidamente, pero una negra sombra se cierne sobre las indefensas criaturas y dice:
Sin nada que le haga sospechar sobre la gran tragedia que se está produciendo en su casa, Enriqueta se apresura en adecentar las tumbas de sus antepasados, pues la noche se le viene encima, y no está bien visto que una señora recorra sin su marido las calles de Don Benito a esas horas. Acompañada de su tía Carlota, que también se encuentra en el Camposanto, toman la calle Cementerio y se encaminan hacia la iglesia de Santiago, pues quiere encender una vela en la Capilla de las Animas Benditas.
Ambas mujeres se despiden, y Enriqueta saca de su bolso una gran llave con la que se dispone a abrir la puerta de su casa, en esos momentos una lechuza sobrevuela fantasmagóricamente la casa, su canto es considerado de muy mal agüero, siempre que se le oía chillar se creía que alguien había de morir o enfermar, dos o tres veces la ve sobrevolar el techo de la casa, mientras da vueltas a la cerradura con la vieja llave.
Abre la puerta y todo está oscuro, el quinqué que siempre suele estar encendido a esas horas está apagado y se va guiando por la tenue luz del patio que se ve al final del pasillo, al llegar a la altura donde se encuentra el comedor, algo la hace resbalar, piensa que puede ser una arcada de su marido producto de una de sus borracheras, algo que la enfurece terriblemente, con dificultad consigue levantarse y llega hasta el quinqué para encenderlo.
Cuando lo hace, horrorizada contempla en el gran espejo del aparador que es roja sangre lo que mancha sus ropas, manos y su rostro, corre desesperada hacia la calle para pedir ayuda, pero es golpeada en la cabeza y pierde el conocimiento.
Aturdida, poco a poco va abriendo los ojos, se encuentra en el patio maniatada y sentada en una silla, a su lado, en otra silla su marido, también maniatado, el coronel ha perdido mucha sangre y un ojo, pero increíblemente sigue con vida.
Ambos se encuentran en estado de shock, una reacción ante sucesos traumáticos o muy estresantes en la que la mente queda bloqueada. No entienden nada.
Una negra sombra se adivina en el piso de arriba, en la habitación donde duermen las gemelas, son momentos de terror para los dos y de pronto el silencio más absoluto, roto por el canto de la lechuza que vuelve a sobrevolar la casa.
El resultado de aquella noche de espanto fue un coronel, dos niñas de corta edad y una anciana asesinados, una madre en estado catatónico, que posteriormente y tras pasar varios años en un sanatorio para enfermos mentales acabó suicidándose al volver a la casa y, un niño desaparecido del que nunca más se supo.
A mediados del siglo pasado y por razones de higiene, la mayoría de los pozos públicos de la ciudad fueron tapados para siempre, entre ellos el llamado “Pozo de los Borrachos”.
A medida que los operarios municipales van arrojando grandes piedras, el fondo se va removiendo y de sus entrañas van surgiendo como un vómito del mismísimo infierno unos restos humanos, son los de Juan de Dios, que escondido en un hueco del gran pozo acabó sus días ahogado en sus aguas tras una tormenta, pero una gran roca cae sumergiéndolos de nuevo en lo más profundo del pozo y ahora para siempre.
Don Benito, la misma casa a finales de 2022.
No sé qué impulso irrefrenable me llevó a aceptar la oferta del agente de la inmobiliaria y he adquirido la casa, pienso que puede ser un buen negocio.
Me dispongo a pasar mi primera noche en ella, Víspera de todos los Santos, es decir el 31 de octubre e ignorante de aquellos terribles sucesos.
Un sonido de arrastre de muebles procedente del piso superior me desvela, algo extraño pues en esta casa solo estoy yo.
FIN
NOTA: Es una historia de ficción que parte de una idea o hecho que da lugar a lo que posteriormente será el tema y el desarrollo del argumento, la trama, los personajes…
Escrito especialmente para la época de la fiesta de Halloween.
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