lunes, 29 de octubre de 2018

DON BENITO. LA GATA NEGRA por dovane63



Corría el año 1864 de Nuestro Señor, Don Benito por aquel entonces era un municipio en plena transformación, poco a poco el progreso iba llegando y se inauguraba el alumbrado público con farolas de aceite mineral. 


Las noches hasta entonces eran oscuras y tenebrosas, sobre todo en los barrios más humildes, uno de los sonidos más habituales y escandalosos durante las sombras era el de los gatos peleándose por los tejados.

En uno de estos barrios vivía Petra junto a su marido y sus dos hijos, practicaba el curanderismo con medios tanto físicos como espirituales, era muy reconocida en toda la comarca, aunque hay quienes afirman que esta mujer en realidad era… una bruja.

Se cuenta que elaboraba pócimas y ungüentos con recetas seretas recogidas por sus antepasados en unas viejas hojas de pergamino, unos documentos que guardaba celosamente bajo llave en una orza dentro del chinero de la cocina. Una de estas pomadas tenía la facultad de transformar en gato a quien se embadurnara con ella durante  la noche de Todos los Santos.

Según antiguas creencias, cuando una persona había alcanzado los niveles más altos de espiritualidad y fallecía, su alma se unía plácidamente al cuerpo de un gato, de esta manera Petra se reunía con sus antepasados y le seguían transmitiendo sus conocimientos, pero debía tener cuidado, pues habría tomarse un antídoto antes de llegar el alba, que consistía en beber leche cabra con unas gotitas de extracto de caléndula para volver a su condición humana.

Una de esas noches de noviembre, los niños a través de le rendija de la puerta, observaron cómo su madre, sacaba una pequeña llave que colgaba de su cuello, abría el viejo chinero y sacaba un tarro con un ungüento.  

Se frotó todo el cuerpo y al instante se transformó en una gata negra de grandes ojos verdes como esmeraldas y dando un salto se perdió por los tejados, ante el asombro de los dos niños.

La curiosidad les perdió, pues se dieron habilidad para abrir el chinero y sacar un tarro de crema con la que se untaron sus cuerpecitos que al instante les transformó en dos ratones.

El marido, que era panadero, esa noche se encontraba indispuesto y volvió a casa en busca de algún remedio que le aliviara ese fuerte dolor que sentía en el estómago.

Al llegar a la cocina se encontró a los dos ratones comiendo migas de pan sobre la mesa, cogió la escoba y se dispuso a acabar con ellos, golpeando todo lo que se ponía en su camino, con uno de los golpes saltó por los aires el platito de leche del antídoto de Petra, al fin arrinconó a los ratones y de un golpe aplastó a uno, mientras el otro escapó por un hueco de la puerta, perdiéndose en la oscuridad de la noche, calle abajo.

Al morir el ratoncito, al instante volvió a su aspecto humano, ante el asombro de su padre que no podía creer lo que veía, roto de dolor, con el niño muerto entre sus brazos, gritaba llamando a Petra.

El otro ratoncito, amparado en la oscuridad, trataba de volver a su casa, logró adentrarse en el patio pero algo le paralizó, eran dos esmeraldas que sigilosamente se le acercaban, ¡era la gata negra! que se lo zampó.

De un salto entró en casa por la ventana y se encontró a su marido que lloraba desconsolado, enfurecida al ver a su hijo muerto, sacó las uñas y atacó, éste al ver que de la boca del gato colgaba la colita del ratón cogió un palo y contraataco, malherida se perdió por los tejados dejando tras de sí al otro ratoncito que tras el oscuro conjuro volvía también, ya muerto, a su condición humana.

Desde entonces hay quienes afirman que han visto, en la noche de Todos los Santos, a una diabólica gata negra que desesperadamente maúlla por los tejados de Don Benito mientras se lame la sangre de sus heridas.

Moraleja:
Antes de culpar a otros de nuestros males, veamos si no los causamos nosotros mismos.



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