No hace muchos años, era normal ver al ganado recorriendo las calles de Don Benito, recuerdo que cuando era niño, allá por los años sesenta, esta estampa era muy corriente.
En la calle San Francisco había tres vaquerías, más de
una vez fui con una pequeña lechera de aluminio a por el preciado líquido
elemento de la vaca recién ordeñado.
Recuerdo también un gran camión atravesado en la calle
Santiago, descargando cochinos en casa de Capilla, de vez en cuando alguno se
escapaba huyendo de su fatal destino, sus gruñidos nunca los he olvidado.
Además observé en mi calle (San Marcos) el paso de
chotos y becerros amparado por la puerta de mi casa a modo de burladero,
asomado por el postigo y de vez en cuando los citaba, pues por aquel tiempo yo
quería ser… torero, jajaja.
Se dirigían a un gran recinto, “El Corral de Señó
Feliciano”. Por aquel tiempo la calle estaba sin asfaltar, era de tierra con un
canal de saneamiento que corría calle abajo, imaginad cómo quedaba tras el paso
de un rebaño. Al ser la agricultura y la ganadería las principales
actividades de la población, muchas de las casas contaban con una cuadra para
guardar a las bestias de labranza, burros y mulas generalmente. Sobre esta
cuadra se asentaba un pajar y junto a ella el típico hoyo del estiércol, había
otras dependencias a sumar, como las zahúrdas y los gallineros, por eso solían
tener un amplio pasillo la casas, para el paso de estos animales.
Más de algún percance aconteció por este trasiego de
ganado, como aquel sucedido en 1928 en la vecina Villanueva de la Serena cuando
se desmandó una vaca de la ganadería de don Antonio Mesa. Entró en las calles
de la población, atropellando cuantas personas encontraba a su paso. En la
calle San Benito una niña de corta edad trató de defenderse abriendo y cerrando
su paraguas, pero la vaca la arrolló causándole lesiones en la cabeza. Entonces
salió de la calle Clavel un joven de veinte años llamado Diego Calderón
Moragas, que llamó la atención del animal, y al ser acometido por éste lo asió
de los cuernos y luchó a brazo partido hasta conseguir derribarlo y romperle un
cuerno, salvando de esta manera heroica a la niña, tan solo sufrió una pequeña
lesión en su mano izquierda.
El 23 de noviembre de 1928 se publicó en el Boletín
Oficial de la Provincia de Madrid, la concesión de siete premios de 300 pesetas
cada uno, Diploma de Mérito e insignia “Pro Infantia” a las siguientes personas
por haber salvado la vida de un niño:
Huérfanos de doña Balbina Urquiza Álvarez, de Ribera
Baja (Álava); don Diego Calderón Moragas, de Villanueva de la Serena (Badajoz);
D. Juan Serra Serra, de Santa Eulalia del Río (Baleares); D. José Quintana
Palumeras y D. Paulino Pérez Palacios, de Barcelona; D. Francisco Molina
Gerbilas, de Bérchules (Granada); D. Tomás Petrirena Archea, de Sumbilla
(Navarra), y doña Amparo García, de Masalavés (Valencia).
También se solicitó para Diego, por parte del pueblo,
la alta recompensa de la cruz de Beneficencia.
Al leer esta noticia me vino a la mente una de esas
frases que ya había olvidado con el paso de los años y que solía decir un
antiguo profesor mío, era algo así: “Eres más bruto que los de Villanueva, que
matan los chotos a cabezazos”, tal vez se refería a la hazaña del bueno de
Diego Calderón Moragas.
Agradecimientos y Fuentes:
- HERALDO DE MADRID, 31 de enero de 1928.
- VILLANUEVA DE LA SERENA APUNTES HISTORICOS SIGLOS XIX Y XX, de Jesús Barco Sánchez.
- Juan Ricardo Montaña.
- Diego Sánchez Cordero.
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