En la ciudad de Don Benito, se contaban extrañas historias al lado del fuego cuando se acercaba el día 1 de noviembre, Día de Todos los Santos. Esta es una de las más inquietantes ¿Quieres conocerla? Lleva por título “MALEUN”.
Cada 161 años, cuando la luna llena ilumina el cielo y las sombras se alargan, los niños que reposan en la tierra despiertan de su sueño eterno y salen a jugar por las calles.
Pero no todos los niños que descansan en el camposanto participan, solo aquellos que durante su corta vida fueron dañinos, traviesos o desobedientes.
No tienen apariencia fantasmal, aparentemente son niños de presencia angelical y sus risas resuenan en calles y plazuelas. Solamente se les puede descubrir por un pequeño detalle casi imperceptible, sus ojos reflejan una luz diferente y muestran un color que no corresponde a los ojos humanos normales.
En la mitología japonesa se les conoce con el nombre "Yureis". Espíritus atormentados por el rencor que regresan del reino de los muertos para aplacar su sed de venganza con los vivos.
Son visibles estos niños en condiciones específicas de luz, como la luna llena.
Intentan atraernos para que juguemos con ellos, pero cruzarse en su camino puede ser muy peligroso, cuídate de encontrarlos, ya que si aceptas pueden llevarte a un mundo entre la vida y la muerte del que nunca más regresarás.
La última constancia que se tiene de la aparición de estos niños espectrales data del año 1864. Por aquella época nuestra ciudad contaba con unos 15.000 habitantes, superando a Cáceres y Badajoz.
En noviembre de 1863, siendo don Vicente Cámara Soriano, alcalde por S. M. de la Villa de Don Benito, se había aprobado establecer el alumbrado público de la ciudad con farolas de petróleo; se pusieron 94 farolas en los sitios más estratégicos de la ciudad, comenzando a funcionar en el año 1864.
También ese año, concretamente el día 1 de mayo, se creó en primer Cuerpo de Serenos y de Guardias Municipales de Don Benito.
Un suceso que conmocionó a la ciudad tuvo lugar a las 2 y diez minutos de la tarde del día 11 de diciembre, pues tras presentar un estado ruinoso, se caía la torre de la iglesia de Santiago, destruyéndose el único reloj público que tenía la población.
Otra noticia que llenó las páginas de los diarios de ese año es la que decía que, en el marco de la Guerra Civil Americana, se realizaba la evacuación de Atlanta por parte de la Confederación, poco antes de que las tropas de la Unión, comandadas por Sherman ocuparan la ciudad. Seguro que este episodio de la historia lo conocerás porque fue reflejado en la célebre novela de Margaret Mitchel y que posteriormente sería llevada al cine, su título: Lo que el viento se llevó.
Desgraciadamente, de las 94 farolas que se adquirieron, ninguna se colocó cerca del cementerio.
El martes 18 de octubre de ese mismo año, hasta allí llegó para refugiarse de la lluvia un arriero, hombre curtido en mil batallas, requeté de las Guerras Carlistas. Llamado Francisco Imesta, vecino de Campanario, estatura regular, barba poblada color trigueño y una cicatriz en la mejilla izquierda.
Le acompañaban sus tres hijos y una joven manceba llamada Vicenta, una desdichada, que había llevado una vida licenciosa hasta que conoció a Curro, nombre por cual era conocido el arriero.
A la mujer de Curro se le había llevado, cinco años antes, la maldita epidemia del cólera. A Vicenta la conoció en una venta del Camino Real hacía poco más de un año. Los tres hijos, dos varones y una hembra, se habían criado prácticamente solos, eran a cuál más dañino y pícaro.
Las nubes de despejaron y cesó la lluvia, dando paso a la luna llena que iluminaba el Camposanto.
Vicenta se encontraba sola, los niños dormían bajo el carro y Curro se había marchado en busca de aguardiente para calentar el cuerpo, ya que los dos tenían dependencia del alcohol.
La joven besó un crucifijo que colgaba de su cuello, al tiempo que se persignaba varias veces, tras contemplar como de algunas tumbas se liberaban pequeñas luces tenues y danzantes de aspecto fantasmal, ya que en su ignorancia lo asociaba con la idea de guiar a los viajeros a la perdición y a la mala suerte.
Desconocía que en realidad se trataba de un fenómeno natural conocido como fuego fatuo, causado por la combustión espontánea de gases liberados por la descomposición de materia orgánica.
Sobre un viejo moral, que tan solo era ya vieja madera para arder, se encontraba posada una rapaz nocturna, la vieja lechuza que anunciaba dolor y desgracia.
La danza del fuego creaba caprichosas sombras sobre las paredes de la ermita. El perro, que dormía plácidamente al calor de la lumbre, se puso en pie y empezó a gruñir, algo percibía.
La capacidad auditiva de los perros es mucho mayor que la nuestra, por lo que pueden oír sonidos lejanos o de baja frecuencia, y su olfato, está muy desarrollado y pueden detectar olores que asocian con algo negativo.
De entre las sombras emergieron dos pequeñas figuras, eran un par de niños mal vestidos y sucios, pero que a pesar de ello sonreían alegremente, incluso la inocencia puede esconder un lado oscuro.
Ante la presencia de los dos niños, el perro muerto de miedo orinó y se ocultó tras las faldas de Vicenta.
- ¿Quién anda ahí? Preguntó la joven.
Curro fue a parar hasta una oscura taberna que se encontraba en una plazoleta conocida como del Cuervo, allí bajo la tenue luz de un quinqué que apenas lograba rasgar la penumbra, en un rincón apartado, un viejo mutilado bebía vino con la resignación de quien ha visto demasiado y aún le queda mucho por recordar.
Curro se acercó al rincón y, en voz baja, se dirigió al viejo: - Dios, Patria y Rey.
La mirada perdida del viejo se posó sobre el hombre que le había devuelto a la memoria tiempos pasados. Reconoció aquel rostro marcado por una cicatriz, símbolo de batallas. Ambos habían formado parte de las últimas partidas carlistas, aquellas que terminaron en derrota, cárcel y deportación. Cuatro largos años en Cuba, en el servicio de armas, en una tierra ajena y cruel.
Los dos se fundieron en un abrazo, como si el tiempo y las distancias no hubieran existido. Y entonces, en medio de la penumbra, el viejo empezó a rememorar su primer encuentro, una fecha marcada en su destino: lunes 18 de agosto de 1835. La travesía a La Habana en el bergantín “Ninfa”, capitaneado por D. Francisco Moreu, donde sufrieron penurias y humillaciones, como si el mar y la historia misma quisieran borrarlos.
El veterano le contó que había vivido estos años bajo el amparo de una hija, pero que, al fallecer, sobrevivía de la caridad del párroco de Santiago y de la escasa renta que le proporcionaba el alquiler de dos habitaciones en su casa.
Entre vaso y vaso de vino, compartieron historias, recuerdos y silencios, mientras el alcohol amenazaba a nublar sus mentes y a enturbiar sus corazones.
Contándose que había sido de sus vidas durante los últimos años pasó más de una hora, y el alcohol hacía su efecto en los dos camaradas.
Y así, en una noche de vino y sombras, los dos quedaron en silencio, sabiendo que el tiempo, aunque cure heridas, también las deja marcadas para siempre. Los viejos fantasmas nunca mueren, esperan en la penumbra a quien tenga la valentía de recordarlos.
La puerta de la taberna se abrió lentamente, y dos guardias municipales ingresaron con paso firme. Uno de ellos, llevaba en sus brazos a Vicenta, su vestido estaba ensangrentado y la expresión de pavor y angustia de su rostro, reflejaba claramente el temor que la embargaba. Sin dudarlo, se arrojó de rodillas a los pies de Curro, con los ojos llenos de desesperación.
— ¡Los niños, los niños! — exclamó con voz entrecortada.
Mientras se desmayaba por la pérdida de sangre.
Curro, aún con la voz vacilante y un poco afectada por los efectos del alcohol, levantó la vista y preguntó a los municipales:
— ¿Qué demonios ha pasado?
— Hemos hallado a esta mujer gritando, arrastrándose calle abajo y rogando que le encontráramos. Nos ha contado una historia inverosímil.
Las dos presencias no respondieron a los requerimientos de Vicenta. En su lugar, comenzaron a entonar una especie de canto o letanía, cuyas notas hipnóticas parecían arrastrar a todo aquel que las escuchara hacia un estado de trance.
Vicenta enmudeció, incapaz de pronunciar palabra ni moverse, atrapada por aquella extraña melodía. Entonces, los tres niños que dormían bajo el carro despertaron, como si una fuerza invisible los hubiese convocado, comenzaron a ejecutar una macabra danza alrededor de las tumbas, perdiéndose poco a poco entre las sombras.
“Y cuando el alba pregunte por vosotros,
solo el eco traerá vuestro nombre,
porque la noche guarda sus rostros,
y en su boca florece el Maleun”
Poco a poco comenzó a recuperar la movilidad y observó cómo los tres niños de Curro volvían, ejecutando una extraña danza que parecía más un ritual inquietante. Cada uno de ellos llevaba en sus manos restos de cruces metálicas, arrancadas de las tumbas, como si portaran símbolos de un oscuro propósito.
Al fondo del cementerio, los dos niños extraños observaban la escena con risas diabólicas que resonaban en el aire, llenando el ambiente de una tensión aún más siniestra.
Con las cruces en sus manos, los tres comenzaron a golpear a Vicenta con una violencia brutal, hasta dejarla tendida en el suelo, completamente inconsciente.
Uno de los municipales, recordó que cuando era joven, en su pueblo, había presenciado a personas danzando sin motivo aparente. Lo llamaban “el fuego de San Antonio”, y se decía que era causado por el envenenamiento con cornezuelo, un hongo que crecía y afectaba al centeno.
No le faltaba razón, pues el ergotismo, conocido por provocar alucinaciones, puede explicar estas conductas, pero no resulta suficiente para explicar otro comportamiento extraño que, con mayor frecuencia, se asocia con la coreomanía, una condición que lleva a las personas a realizar movimientos y danzas compulsivas sin una causa aparente.
Dejaron a Vicenta al cuidado de la mujer del tabernero, y marcharon dirección al cementerio para buscar a los tres niños.
Los dos municipales llevaban consigo antiguos faroles de hojalata que, con su suave luz, iluminaban la calle Cementerio al paso de la comitiva que formaban ellos dos: Curro, el viejo mutilado, y el tabernero.
Registraron el camposanto de cabo a rabo, pero de los niños no había ni rastro; era como si la tierra se los hubiera tragado. Nunca más se supo de ellos.
Vicenta falleció varios días después a causa de sus heridas. Curro siguió con la búsqueda acompañado por su viejo camarada que le siguió hasta que le fallaron las fuerzas y entregó su alma al todopoderoso, jamás perdió la esperanza de encontrarlos y murió con esa pena.
Pasaron los años y el viejo cementerio de Don Benito ya no tenía capacidad para más enterramientos. En 1885 se construyó el actual cementerio de San Antonio y muchos cuerpos fueron trasladados hasta allí, entre ellos, los restos de la benefactora Doña Consuelo de Torre-Isunza.
En el transcurso de esos traslados, uno de los operarios municipales, golpeó con el pico lo que parecía ser una gran losa de granito, con cuidado despejaron la tierra que la cubría y levantaron la piedra, bajo ella se encontraba una escalera que daba paso hasta una gran cripta que estaba cerraba por una pesada puerta de bronce.
Con mucha dificultad lograron forzar la pesada puerta, una bocanada de aire fétido los hizo vomitar al abrirla, y cientos de ratas emergieron de la oscuridad al notar su presencia.
Con la ayuda de sus herramientas las hicieron frente con gran dificultad, avanzaron hacia el fondo donde había una pequeña estancia y sobre un pequeño altar de piedra encontraron un gran cofre rodeado de cadenas, en letras doradas podía leerse “MALEUN” (maldito)
- Debe ser un tesoro, dijo el más viejo de ellos.
Al romper las cadenas del antiguo cofre, una presencia oscura y poderosa emergió con una fuerza aterradora, tomando la inquietante forma de un niño de ojos llameantes que ardían con una furia inextinguible. Este espíritu maligno, que en vida había poseído a los niños, se manifestó en toda su rabia, desatando un caos indescriptible.
Extendió sus manos y una ola de energía oscura se propagó rápidamente por toda la cripta, envolviendo a los dos hombres en una sombra impenetrable y fría.
La presencia, se elevó en el aire, susurrando palabras en un idioma desconocido que prometía traer la perdición. Ninguno de los dos pudo escapar de su abrazo mortal.
Hace siglos, esta entidad maligna encontró su morada en el infierno, pues en su corta vida no alcanzó la edad adulta. Cometió toda clase de crímenes y desmanes, y por ello cayó bajo una terrible maldición.
Atrapado en esta cripta, solo su espíritu logra liberarse cada 161 años, en un ciclo oscuro y siniestro. Es en ese momento cuando se alimenta de infantes de naturaleza malvada, devorándolos en un acto de voracidad eterna y consumiendo sus almas para que le proporcionen la próxima víctima.
En el oscuro final del año 2025, se conmemoran 161 años desde la última aparición del enigmático “MALEUN”. Si tus acciones han sido impías o tu alma se encuentra marcada por la malevolencia, recuerda que, en alguna de estas noches, él podría invitarte a una danza mortal, un vals de sombras y desesperación, para al final devorar la esencia misma de tu alma condenada.
FIN




