Corría el año 1864 de Nuestro Señor, Don Benito por aquel entonces era un municipio en plena transformación, poco a poco el progreso iba llegando y se inauguraba el alumbrado público con farolas de aceite mineral.
Las noches hasta
entonces eran oscuras y tenebrosas, sobre todo en los barrios más humildes, uno
de los sonidos más habituales y escandalosos durante las sombras era el de los gatos
peleándose por los tejados.
En uno de estos barrios vivía Petra junto a su marido y sus
dos hijos, practicaba el curanderismo con medios tanto físicos como espirituales,
era muy reconocida en toda la comarca, aunque hay quienes afirman que esta
mujer en realidad era… una bruja.
Se cuenta que elaboraba pócimas y ungüentos con recetas seretas
recogidas por sus antepasados en unas viejas hojas de pergamino, unos documentos
que guardaba celosamente bajo llave en una orza dentro del chinero de la cocina.
Una de estas pomadas tenía la facultad de transformar en gato a quien se
embadurnara con ella durante la noche de
Todos los Santos.
Según antiguas creencias, cuando una persona había alcanzado
los niveles más altos de espiritualidad y fallecía, su alma se unía plácidamente
al cuerpo de un gato, de esta manera Petra se reunía con sus antepasados y le seguían
transmitiendo sus conocimientos, pero debía tener cuidado, pues habría tomarse
un antídoto antes de llegar el alba, que consistía en beber leche cabra con
unas gotitas de extracto de caléndula para volver a su condición humana.
Una de esas noches de noviembre, los niños a través de le
rendija de la puerta, observaron cómo su madre, sacaba una pequeña llave que
colgaba de su cuello, abría el viejo chinero y sacaba un tarro con un ungüento.
Se frotó todo el cuerpo y al instante se transformó en una gata
negra de grandes ojos verdes como esmeraldas y dando un salto se perdió por los
tejados, ante el asombro de los dos niños.
La curiosidad les perdió, pues se dieron habilidad para abrir
el chinero y sacar un tarro de crema con la que se untaron sus cuerpecitos que al
instante les transformó en dos ratones.
El marido, que era panadero, esa noche se encontraba
indispuesto y volvió a casa en busca de algún remedio que le aliviara ese
fuerte dolor que sentía en el estómago.
Al llegar a la cocina se encontró a los dos ratones comiendo migas de pan sobre la mesa, cogió la escoba y se dispuso a acabar con ellos, golpeando todo lo que se ponía en su camino, con uno de los golpes saltó por los aires el platito de leche del antídoto de Petra, al fin arrinconó a los ratones y de un golpe aplastó a uno, mientras el otro escapó por un hueco de la puerta, perdiéndose en la oscuridad de la noche, calle abajo.
Al llegar a la cocina se encontró a los dos ratones comiendo migas de pan sobre la mesa, cogió la escoba y se dispuso a acabar con ellos, golpeando todo lo que se ponía en su camino, con uno de los golpes saltó por los aires el platito de leche del antídoto de Petra, al fin arrinconó a los ratones y de un golpe aplastó a uno, mientras el otro escapó por un hueco de la puerta, perdiéndose en la oscuridad de la noche, calle abajo.
Al morir el ratoncito, al instante volvió a su aspecto
humano, ante el asombro de su padre que no podía creer lo que veía, roto de
dolor, con el niño muerto entre sus brazos, gritaba llamando a Petra.
El otro ratoncito, amparado en la oscuridad, trataba de
volver a su casa, logró adentrarse en el patio pero algo le paralizó, eran dos
esmeraldas que sigilosamente se le acercaban, ¡era la gata negra! que se lo
zampó.
De un salto entró en casa por la ventana y se encontró a su
marido que lloraba desconsolado, enfurecida al ver a su hijo muerto, sacó las
uñas y atacó, éste al ver que de la boca del gato colgaba la colita del ratón
cogió un palo y contraataco, malherida se perdió por los tejados dejando tras
de sí al otro ratoncito que tras el oscuro conjuro volvía también, ya muerto, a
su condición humana.
Desde entonces hay quienes afirman que han visto, en la noche
de Todos los Santos, a una diabólica gata negra que desesperadamente maúlla por
los tejados de Don Benito mientras se lame la sangre de sus heridas.
Moraleja:
Antes de culpar a otros de nuestros males, veamos si
no los causamos nosotros mismos.
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