El 13 de septiembre de 1584, se puso su última piedra, tras 22 años de trabajos de una titánica construcción, considerada una de la maravillas del mundo, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial (España).
Con una planta rectangular de 206 por 261 metros, en el
edificio hay 86 escaleras, 1.200 puertas y 2.673 ventanas y, según Fray Antonio
de Villaastín, el jerónimo que fue celador y maestro de obras del monasterio,
hasta ese momento había costado tres millones de ducados. Felipe II trasladó
allí su residencia y allí moriría el 13 de septiembre de 1598. Mecenas de las
artes, coleccionista, protector de literatos y científicos, la compleja
personalidad de Felipe II sigue siendo hoy en día objeto de controversia
histórica. Profundamente religioso, obsesionado por la herejía y celoso
defensor de sus prerrogativas frente a Roma, Felipe II fue un intransigente
guardián del credo católico en Europa. Por todo esto fue llamado “Martillo de
herejes”.
Sus constructores y arquitectos erigieron este monasterio
siguiendo un plan y con un fin determinado: edificar un talismán en piedra, a
imagen y semejanza del Templo de Salomón, para luchar contras las fuerzas
malignas y tapar una de las denominadas “bocas del infiero”. Se cuenta que un
misterioso perro negro aterrorizaba a los obreros por las noches,
obstaculizando las obras. Se dice que era un perro infernal y que protegía el
lugar.
En la noche del 21 de junio 1577, mientras los frailes
rezaban maitines. El aullido del perro negro era tan fuerte que tuvieron que
interrumpir los rezos. El padre Villacastín y otros tres monjes salieron a
buscarlo y consiguieron atraparlo, resolviendo el misterio, pues al parecer se
trataba de un perro que se le había perdido al marqués de las Navas. Sin
embargo, el perro negro fue ajusticiado, para acallar los rumores, durante
meses permaneció colgado de uno de los arcos del claustro grande, donde todo el
mundo podía verlo. Cuando Felipe II regresó definitivamente a El Escorial para
morir, desde su lecho de muerte, acompañado de multitud de reliquias de santos,
entre los años 1569 y 1599 llegó a acumular cerca de 800 piezas. Su colección
se hizo famosa en toda la cristiandad, llegándose a afirmar que poseía
reliquias de la práctica totalidad de todos los santos que integraban el
santoral. De nada le sirvieron estas reliquias pues siguió oyendo los ladridos
de ese perro infernal, que ya había sido sacrificado hacía años.
No sabemos si es cierto, pero Ricardo Sepúlveda contaba en
sus crónicas que hay quien afirma haber visto al perro negro husmeando por los
contornos del Monasterio en épocas señaladas de la vida del Monarca y en el
fallecimiento del mismo rey, también se le ha visto cuando llegó al Panteón de
los Reyes el cadáver de Fernando VII.
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