martes, 8 de agosto de 2017

EL MILAGRO DE LA CALLE POLVILLO


Por Dovane63. Basado en hechos reales.

CAPITULO I

Mucho tiempo hace ya de esta historia que os voy a contar.

La mayoría de sus protagonistas hace tiempo que desgraciadamente ya no están con nosotros, es ley natural de vida. Aunque dicen que la gente sólo muere cuando la olvidan, yo creo que, si los recordamos, siempre estarán con nosotros. ¿Quién no tiene un familiar imposible de olvidar? Pero nos queda el testimonio de la que fuera en ese terrible tiempo una inocente niña de 8 años, Joaquina, y aunque el tiempo condena al olvido, a sus 88 años recuerda con todo detalle esa época y estos hechos que marcaron para siempre su vida y la de los que la rodearon.

Corría la primera mitad del siglo XX, eran tiempos difíciles, pues una cruenta guerra civil asolaba nuestra ciudad, Don Benito, al igual que sucedía en toda España.
 
Dicen que una guerra entre naciones conlleva a la desgracia, pero la guerra civil de una nación es aún más terrible, pues produce ruina por cuanto divide amigos y familias. Por otra parte la paz de posguerra es muy débil porque es producto del odio y de la sed de venganza de sus participantes, como bien dice el gran escritor y poeta Jorge González Moore.

Don Benito, en ese momento, estaba ocupada por la tropas del bando republicano, pernoctaban estas tropas en la iglesia de Santa María, mientras que sus oficiales, dos capitanes y un alférez, se hospedaban junto con sus esposas en una casa de la calle Polvillo (hoy Madre Teresa Jornet). En esta casa vivían Juana, su marido Eusebio (preso en ese tiempo) y sus tres hijos: Joaquina, de ocho años, Isabel, de tres años y Pepe, de año y medio.


A esta familia nunca le faltaba comida, pues estos oficiales les habían tomado cariño, incluso les indicaban que llevaran un plato de comida a su padre, donde se encontraba preso, Esta cárcel estaba situada cerca de los antiguos almacenes Vallejo. Los oficiales decían: 

- Juana, para Eusebio, el primer plato.

Y los niños lo llevaban en una lata. Es más, al pequeño, Pepe, al que todavía podemos encontrarnos paseando por la Avenida, le habían adoptado estas tropas como mascota, le hicieron un pequeño uniforme y desfilaba alegremente al lado de los soldados.

 CAPITULO II

Pared con pared de esta casa, se encontraba el Asilo de los Ancianos Desamparados, la Madre Superiora en aquella época se llamaba Josefa, tenía a esta familia mucho cariño y en muy alta estima. Un día la Madre, sabedora de que la iban a detener, fue a casa de Juana para pedirle un gran favor. Entre sus brazos, envuelto en un paño, llevaba algo escondido, algo que sostenía con mucho cariño. Con sumo cuidado lo destapó y se lo entregó a Juana, (era una pequeña imagen del Niño Jesús,) y le dijo: 

- Sé que corréis un gran riesgo, pero temo que los soldados se lo lleven y lo destruyan, como ya han hecho con las imágenes de la iglesia, él os protegerá. 

A lo que Juana respondió: 
- Que sea lo que Dios quiera pero al Niño no se lo llevan.

Al día siguiente la madre Josefa fue detenida por unos milicianos y no se volvió a saber más de ella hasta después de la guerra. Al Niño lo escondieron en un baúl tapándolo con mucha ropa. En numerosas ocasiones, los soldados venían a registrar la casa y cada vez que esto sucedía, temblaban todos, sobre todo los niños por temor a que lo vieran, se ponían de rodillas rezando para que no lo encontrasen.

Afortunadamente parece ser que sus súplicas fueron atendidas pues, cuando los soldados habían sacado la mitad de la ropa, lo dejaban y no terminaban de registrar, ya que el Niño estaba en el fondo del baúl. Otras veces incomprensiblemente no lo veían, como si fuera invisible a sus ojos. Otras más, cuando lo iban a encontrar, recibían de pronto la orden de marcharse… y así, durante dos años, fueron incontables las veces que registraron la casa con el mismo resultado. Milagrosamente nunca llegaron a encontrarlo. Uno de los capitanes que estaba hospedado llamó a Juana un día y, en voz baja, le dijo: 

- No te preocupes, yo sé lo que tienes en el baúl pero no te voy a delatar, ¿sabes por qué? Descubriéndose el pecho, le enseñó un crucifijo… Si Juana, le dijo, yo también soy cristiano.

CAPITULO III

Esta familia protegió con sus vidas al Niño Jesús y éste parece ser que efectivamente les ayudaba. Una tarde Joaquina se encontraba jugando en la calle y, de pronto, un soldado se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo. Varios obuses pasaron volando sobre sus cabezas. Protegiéndola con su cuerpo, el soldado había salvado su vida. La niña, llorando, fue rápidamente a su casa y le contó lo sucedido a su madre. Juana corrió a la calle para agradecerle su heroico gesto al soldado, pero no había rastro de él, era como si se lo hubiera tragado la tierra. Entonces volvió a casa y todos se supusieron a rezar a los pies del baúl dando gracias al Niño Jesús.

Al día siguiente, Eusebio, el padre, suplicaba por su vida mientras estaba atado junto a otro preso para ser fusilado. Inexplicablemente el capitán de “la tropa de cartón,” (este es el nombre que recuerda Joaquina), que los custodiaba, se apiadó de ellos y liberó a todos los presos, diciéndole que se fueran a sus casas y que se ocultaran. No había llegado Eusebio a su casa cuando la aviación bombardeó el edificio donde se encontraba la cárcel. Eusebio, siguiendo el consejo de este capitán, se escondió en su casa, oculto dentro de un chinero que situaba justo encima del baúl donde estaba el Niño Jesús. Pasaba los días encogido y sin hacer ruido; por la noche salía de su escondite y dormía con Juana y los niños. Los oficiales hospedados tampoco le delataron pese a saber que allí se ocultaba y así estuvo durante 4 meses, hasta que un mal día, una vecina, se asomó por el postigo de la puerta y lo delató. Fue nuevamente detenido pero, poco tiempo después, acabó la guerra, librándose así otra vez de ser fusilado. Paradójicamente, una vez terminada la guerra y a la misma altura de la casa, la mujer que había delatado a Eusebio, tropezó, cayendo al suelo, y se rompió una pierna. El la vio y la ayudo a levantarse. La mujer se aferró fuertemente a su brazo y, entre lágrimas, le dijo:

 - Eusebio… ¿y tú me levantas?

¿Quién necesita piedad, sino aquellos que no tienen compasión de nadie? Todos estaban muy contentos, había terminado esa atroz guerra y toda la familia, por fin, estaba reunida. El Niño también había sido liberado de la oscuridad de su cautiverio dentro del baúl. Ahora presidia el salón en lo alto de una estantería para orgullo de toda la familia. Joaquina incluso le había hecho un vestidito y lucía en todo su esplendor. Poco tiempo después, una tarde se oyó una gran algarabía en la calle, era la madre Josefa que había sido liberada y volvía al asilo. Al ver a Juana, se miraron y se fundieron en un largo abrazo. La Madre rápidamente le preguntó a Juana por su Niño, a lo que ésta respondió:

- Madre, su Niño está perfectamente, Él ha sido el que ha cuidado de todos nosotros durante todo este tiempo. Sus miradas volvieron a encontrase, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. La Madre decía: 

- Ya te dije que os protegería… Ya te dije que os protegería… 

CAPITULO IV

Con mucha pena por parte todos, sobre todo de los niños, que lloraron por la pérdida de su Niño, la imagen le fue devuelta a las monjas, pero ellos le siguieron rezando. Lo tenían al otro lado de la pared y siempre le daban las buenas noches, antes de dormirse. Pasó el tiempo y la familia se mudó a una casa justo en frente, pues las monjas compraron la casa de Juana, ampliando así el asilo. Allí permanecieron con "el Niño" hasta principios de los años 70, que se construyó el nuevo asilo.


El edificio aún sigue en pie, y en el lugar donde se encontraba la casa, se sigue acogiendo a los más desfavorecidos. Actualmente es una “Casa de Acogida”. Muchas veces había escuchado contar esta historia, pero no fue hasta el pasado verano que, animado por mi hermano José, me decidí a escribirla. Fui al nuevo asilo en busca de aquel Niño, quería ver con mis propios ojos aquella imagen de la que tanto había oído hablar, saber si existía aún. Le conté a una monjita el motivo de mi visita y le describí la imagen, diciéndole que el Niño sostenía en una mano una pequeña bola. Me contó que con esas características tenían uno pero que lo debía consultar con la madre superiora. Tras una tensa espera, vi que la monjita con pasos firmes y ágiles, a pesar de su avanzada edad, recorría un largo pasillo y traía entre sus brazos una figurita.


dovane63
El corazón me latió con fuerza, por fin lo contemplaba, parecía que nuevamente el Niño era liberado, pues se encontraba en una capilla privada, a la que solo tienen acceso las monjitas. Sentí en ese momento algo estremecedor, como cuando hace tiempo que no ves a un ser querido y puedes tenerlo a tu lado, como si fuera algo mío. La monjita lo puso sobre una mesa, comencé a fotografiarlo y, mientras lo hacía, pensaba en mi abuela Juana, en mi querido abuelito Eusebio, en mi tía Isabel, en mi tío Pepe y en Joaquina… (mi madre) y en todos los momentos que vivieron al lado de esta imagen. Muy contento le di las gracias y marché a ensenarle las fotos a mi madre. Cuando las contempló no pudo contener la emoción. Después de 80 años volvía a ver a aquel Niño, aquella delicada figurita, aquel protector. En un primer momento dudó, pues mucho tiempo había pasado desde la última vez que lo vio… Una lágrima recorrió su mejilla, y es que las lágrimas son la sangre del alma. Lo reconoció, era él, era su "Niño". Y es que la vida... está hecha de separaciones y encuentros.

Actualmente esta milagrosa imagen del Niño Jesús se encuentra en el Asilo de los Ancianos Desamparados de Don Benito (Badajoz)

FIN

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