jueves, 23 de abril de 2020

VISITANTES DE ESCRITORIO. Hoy: Ricardo García



Hoy nos visita un escultor de gran prestigio, que ha recibido numerosos reconocimientos y distinciones a lo largo de su carrera, Ricardo García Lozano.

Este amigo nació en el año 1946 en la ciudad de Villanueva de la Serena (Badajoz).




Algunas de sus obras engalanan plazas y calles de Don Benito, el Monumento a la Constitución, el Monumento al Emigrante, el Busto de Enrique Tierno Galván o el Monumento a la Virgen de las Cruces. 




Su obra es muy extensa y está repartida por toda la geografía española, hasta en el Congreso de los Diputados exhibe uno de sus bustos e incluso ha realizado otro al rey Felipe VI.




Tal vez le recordaréis porque protagonizó un capítulo del video “El Puente de las Hadas”.


 y hoy, con este relato, nos muestra otra de sus facetas.



DOÑA NATI, Por Ricardo García


Doña Natividad de Cerrudez en sus años de soltería había llevado, más con forzada altanería que con orgullo, el compuesto y pintoresco apellido de Penco-Peregrino. Había tomado con el cambio de estado, si no con contento, sí con cierto alivio, el de Cerrudez y dejado el suyo tan chocantemente evocador.

Un apellido que, en peregrinación a Compostela para ganar el jubileo, había sido el regocijo de todo el grupo cuando el guía, más a menudo de lo que era estrictamente necesario, llamaba en voz, también, innecesariamente alta a la señorita “Penco–Peregrino”. Pareciale a ella, y tal vez no le faltase razón, que sobraban llamadas y sobraba volumen en las llamadas.

Digna viuda de don Ernesto Cerrudez, cuyo trágico fin había tenido lugar cuando se atravesó en su camino un hueso de aceituna.

 Impresionó vivamente a la vecindad, tanto la tragedia como el nimio motivo; y puso en trance de desaparición la Peña Ajedrecística Salcillo, a la que pertenecía Don Ernesto. Según  contaban  los que decían saberlo.- Don Ernesto Cerrudez que era habilitado de clases pasivas y despachaba en el tercer  piso del inmueble nº 15 de la calle de Argensola en la capital, todos los días apenas los sones del reloj de la Puerta del Sol empezaban anunciar la una de la tarde, bajaba con calma y grave ademán, por Argensola hasta el cruce con la de Orellana, en cuya esquina estaba el Café-Bar Salcillo -sede de Peña Ajedrecística del mismo nombre-a tomar el aperitivo.

El bar pertenecía y estaba regentado por Teófilo Calvero. Teófilo de mozo, vino a Madrid desde su Murcia natal a rendir servicio militar.  Servicio cumplido, en la disyuntiva, opto por permanecer en la capital, pues pareciale más fácil allí encontrar trabajo y medios. Duros y largos años de esfuerzos, trabajos y desvelos, preñados de días de quebrantos, sin faltar noches quebrantadas; le habían proporcionado suficiente ahorro, para la entrada de un bar, que bautizo “Salcillo”.   Si así le llamó, fue más por apellido materno, que por su genial paisano. Aunque, con el correr del tiempo y como los asiduos al bar estaban ciertos que el nombre era en honor al gran escultor; renunció Teófilo a cualquier aclaración, concluyendo que bien podía honrar madre y artista a un tiempo; pensando, quizás un poco bruscamente, que así mataba dos pájaros de un tiro.

        Como tenía afición al ajedrez; adquirida en dominicales tardes del Retiro y como fuese sabiéndose tal afición; varios vecinos, clientes fijos del local, propusieron fundar y estatuir una Peña Ajedrecística, a la que se llamó por unanimidad “Peña Ajedrecística Salcillo”. El presidente de la tal Peña era el Párroco de Santa Casilda, don Servando Malaespina, y el secretario y tesorero don Marcial de Arenillas; empleado en despacho de abogados de la vecindad. De Arenillas era menos que mediano jugador, pero gran organizador y tenía la palabra fácil y persuasiva.

Don Ernesto Cerrudez, vocal de la junta directiva, tenía costumbre en la tarde de los viernes hacer partida con don Servando y los sábados con algún otro aficionado. El luctuoso día de su  muerte, don Ernesto tras tomar el habitual vermú rebajado, de la una de tarde,  disponíase a regresar a su despacho y continuar la revisión de pensiones, cuando pisó un hueso de aceituna;  con tan mal pie y tan mala postura que  resbaló cayendo de espaldas y golpeándose, en la  base del cráneo, con el borde de la mesa de mármol en la que, con esmero y arte, estaban encajados los escaques en dos colores y en la que en  ese mismo momento se jugaba una emocionante partida. Es unánime y sin fisura la opinión entre testigos, numerosos, pues en ese momento varios seguían con interés la disputada partida, de que en mismo momento en que el vencedor de la justa ajedrecística decía ¡mate!, Don Ernesto se desnucaba. Estas circunstancias impresionaron vivamente, la por otra parte fácilmente impresionable, opinión del vecindario. Tres días de luto guardo el Salcillo y los mismos tres días guardó la Peña.

Cuando, tras el luto, el Café-Bar Salcillo abrió de nuevo sus puertas; en el cartel colgado de la pared del fondo, al lado de una mala foto de Bobby Fischer sacada de un periódico, además  de la prohibición de “cantar y escupir en el suelo”, ya existente y además de la posterior aclaración añadida entre paréntesis  “ por junto o por separado”,   consignada al preguntar un gracioso “si se podía cantar sin escupir”; dos nuevos anatemas figuraban.- “ Prohibido terminantemente comer aceitunas y decir mate”.

La Peña Salcillo estaba, pues, en situación crítica. Jugar al ajedrez sin decir mate es como, con justeza lo apuntaba don Servando, (que antes de ser cura había querido ser torero), torear sin toro. Mal le venían dadas a la Peña y más de uno veía ya avecinarse su final. En tan crítica situación, el de Arenillas tuvo una idea que, en principio, expuesta a los miembros de la junta directiva, fue acogida con entusiasmo. Se convocó asamblea general y todos los socios acudieron, menos un tal Gamero, que, aunque socio y al corriente en el pago de cuotas no iba nunca ni siquiera a jugar; se decía, entre los peores pensados, que ni siquiera sabía mover las piezas. La silla que en la directiva ocupaba don Ernesto permaneció vacía, adornada con un gran lazo negro.

Tomo la palabra el de Arenillas, expuso la crítica situación por extenso y ya su verbo fácil se iba haciendo difícil de soportar a la concurrencia, cuando propuso como solución que en la Peña Salcillo, en vez de decir mate al concluir la partida se dijese con la misma voz triunfal ¡Cerrudez¡. No solo para soslayar la prohibición del dueño del “Salcillo”, al que, como buen murciano, no habían podido torcer en su voluntad; si no también, como homenaje al compañero tan dolorosamente perdido. Todos se mostraron de acuerdo y cuando don Servando tomo la palabra para concluir la sesión; pues como presidente tenía ese derecho y deber, en un momento inspirado dijo “a partir de este día las partidas que se celebren en esta peña saldrán las negras y no las blancas"; alterando así una norma que es universalmente aceptada en todo el orbe. Si la propuesta del de Arenillas lleno a todos de contento, la de don Servando los puso al borde de emocionadas lágrimas. Solo el secretario–tesorero quedó un tanto amoscado, pues pensó que bien podía haberle puesto en antecedentes don Servando y no quiso dar crédito a las reiteradas aseveraciones de que había sido una inspiración momentánea. Pero como es bien sabido. - “nobles causas abortan mezquinas querellas”; y como   noble era la causa, y mezquina la querella; don Servando y el de Arenillas se reconciliaron sin tardanza.

 La que lloró sin reparos fue doña Natividad cuando supo el homenaje y siguió llorando cuando le comunicaron que la pensión sería más bien baja. No está bien averiguado si tan baja pensión se debió a laxitud de la ley entonces, pues fue esto varias décadas atrás, o porque del mismo modo que decimos “en casa del herrero cuchillo de palo”; tal vez, sea licito decir “en casa del habilitado, papel traspapelado”.  Por una u otra causa, el caso es que la pensión resultante fue muy exigua. Los pocos duros que le dieron de la colecta de la peña, apenas le arreglaron nada. Con su hija Ernestina de trece años y con tan poca pensión algo tenía que hacer.  Por fortuna tenían piso en propiedad y era grande. Cambió, modificó, redistribuyó y con muebles prestado o donados por parientes y vecinos abrió al público fonda o pensión, para siete y con un poco de apretura para ocho, en tres habitaciones dobles y una sencilla que en apurados casos podía hacer de doble. La antigua salita se dispuso como dormitorio de hija y madre. Al salón que antes apenas se usaba se le acabo la holganza, pues a mas de salón, hizo de comedor, de sala de tertulia, de salón social, de juegos, de veladas radiofónicas y de musicales veladas.

 Para hacerse nombradía y clientela, puso precios bajos con miras a subirlos cuando el público supiese de su seriedad y buen servicio. Con esta medida y la buena situación, pues estaba cerca de Ópera en la calle del Espejo pocos portales antes de su unión con la del Arenal, no tardo en ocupar 4 o 5 de las plazas que ofrecía. Es bien sabido que los estudiantes de provincias poseen un sexto sentido; una especie de fino olfato para los precios bajos. Casi todos los inquilinos eran estudiantes que mantenían la plaza de un año para otro, aunque en verano, las dejadas libres en vacación eran alquiladas a visitantes de corta estancia.  A pocos días de la apertura, ocupo plaza y durante años la mantuvo, un sordomudo portugués de apellido Coehlo, que tocaba el acordeón en bautizos y entierros y que, por la costumbre de apoyar el oído derecho en la caja de instrumento para mejor oír, había venido a ser rolo.
 Decía el portugués en lenguaje de signos, pero con fuerte acento. - “eu pongo a música en os momentos mais importante das persoas humana quando nasceu e quando morreu”.  Sabían los estudiantes como hacer tocar al sanfonerio Coehlo.- tras una copa de cazalla sacaba el portugués la sanfona; tras una segunda  tocaba algunos aires de repertorio y tras la tercera se arrancaba por fados. Era de todos conocido que mientras cazalla hubiese, fados habría. Si la cazalla empezaba a faltar lo fados se iban espaciando y tras una nota tremola la sanfona callaba y el sanfoneiro dormía. Un anestesista en prácticas tenía tan buena mano para dosificar la cazalla que con un cuarto de litro podía sacar fados al sanfoneiro durante toda la noche, si doña Nati lo hubiese permitido.  Era el portugués simpático, bueno y muy querido por todos en la fonda.

                La larga estancia del portugués en la pensión “Doña Nati”, dio cierta notoriedad a la fonda en el departamento de Policía que controlaba la estancia de inquilino en la capital. En el resumen que presentaba doña Nati siempre se destacaba Coehlo con la formula “tres personas y un portugués”, si ese era el caso, o “cuatro personas y un portugués”, si el caso así era.

                Tras cinco años abierta, la fonda se había hecho un nombre y Ernestina una mujer, como bien habían observado los estudiantes que no la quitaban ojo; aunque sin propasarse en lo más mínimo, pues la joven sabia ponerlos en su sitio sin perder para nada la compostura. Con cortesía y con gracia mantenía las distancias.

                 Si no hubiese bastado la cortesía y gracia de Ernestina ahí estaban las patillas de doña Nati, que hubiese inspirado respeto al mismísimo Don Antonio Cánovas. Sentían los estudiantes un reverente respeto por Doña Nati y ninguno se atrevía a propasarse con Ernestina. Solo el anestesista puso su buena mano para la cazalla donde no debía, en un intento que termino muy mal y que ya contare más adelante.

                Las patillas de doña Nati habían surgido de forma misteriosa e inexplicable. Apenas tres meses de la muerte de Don Ernesto, en el terso rostro de Doña Natividad, aparecieron unas pelusillas que no le dio importancia por lo reciente del triste suceso y los problemas derivados del cambio de situación.

                Pasado otro trimestre, los inocentes y apenas perceptibles pelillos que orlaban el rostro de la patrona, empezaron a negrear de una forma amenazadora, fue al médico a ver si le daban razón de aquella extraña anomalía. "Será algo idiopático o tal vez hormonal"; le dijo el médico a ella. "Vaya patillas que le están saliendo a la Señora"; Se dijo el médico a sí mismo. La tranquilizo al decirle que seguramente en unas semanas cesaría el proceso y que su rostro recuperaría su anterior apariencia.

                Al año traía y lucia a su pesar Doña Nati unas patillas fernandinas, chulescas y un punto acanalladas, que hubiesen sido la envidia del Tempranillo. Con los años, achaques y penas, las patillas de doña Nati se volvieron amofletadas y encanecidas; a lo Ibsen. La ciencia médica no pudo dar explicación del extraño fenómeno y fueron consultados varios especialistas.

                Lo que no pudo explicar la ciencia, lo explico sin ningún embarazo doña Clemencia, una vecina que tenía fama de vidente, curandera y médium. Explico que el espíritu de don Ernesto se había manifestado en Doña Nati, como admiración por la energía y resolución de su viuda. Pensó la viuda, que, ya puesto a manifestarse, el espíritu de su difunto bien podía haber elegido una forma algo menos ostentosa y más útil. Pero ya se sabe. - el mundo de los espíritus es un mundo incógnito, que solo conocen bien los que apenas conocen el mundo de los vivos.

                Doña Clemencia, que años atrás había sido asistenta en labores de limpieza de un Laboratorio de Investigación Médica, había reunido algunos términos científicos sin saber muy bien su significado y los había unido a términos que suelen emplear los videntes, magos y otros artistas astrales y había creado un numero de frases, que hubiesen vuelto loco a un científico por lo astral y a un astral por lo científico. El caso es que el lenguaje de doña Clemencia inspiraba, tal reverencial respeto a los "sujetos objetos del experimento astral”, como llamaba ella a los incautos que se ponían en sus manos, que empezó a ganar fama. Después tuvo suerte, de que dos o tres trastornos curasen espontáneamente, poco después de que ella hiciese según sus palabras "una intervención piscofísica astral". Aunque naturalmente ella lo consideró consecuencia de su poder psico-mental y energía astral; que vaya usted a saber que era aquello.

                En un cartelón colgado en la puerta de su vivienda había escrito doña Clemencia " VIDENTE, CUARANDERA Y MEDIO MEDIUM". Cuando era preguntada porque solo medio-médium y no médium entera, ella explicaba que era debido a sus extrañas sesiones de espiritismo. Como sabe todo el que ha tenido trato con los espíritus, estos cuando la médium cae en trance, por medio de su órgano vocal con voz extraña y alterada dicen sus mensajes de ultratumba, o bien la mano del médium, por medio una escritura automática y espasmódica escribe comunicados del más allá. Cuando doña Clemencia entraba en trance; lo que sucedía más o menos rápido, según hubiese dormido la noche anterior; el receptor de radio, aún sin estar conectado a la toma de corriente, comenzaba a emitir y los espíritus ya utilizando la voz de Bobby Deglané, ya la de Raúl Mata, según preferencia del espectro convocado, enviaban sus mensajes de ultratumba. Chocante resultaba al principio oír a tan insignes locutores en tales circunstancias; pero pronto se echaba a ver, que, aunque la voz era de ellos, los mensajes eran astrales sin ninguna duda.

                Se oía decir, valga como ejemplo, a Bobby Deglané.

Con su inimitable estilo. - "Candeli soy vuestro tío Fadrique; estoy acá que para vos es él más allá, para decidle que el aderezo y los dientes de oro de la abuela están tras de la piedra suelta del gancho del caldero". Aunque hay que señalar que los mensajes no solían ser ni tan explícitos ni tan vilmente materialistas. El éxito de doña Clemencia como médium nunca pasó de mediano; parece ser que el componente tecnológico de las sesiones no causaba buena impresión ni en él más allá, ni en él más acá

                El éxito que doña Clemencia no logró como médium le alcanzo y en alto grado como curandera.  El más famoso de sus casos fue el del tuerto Benito Centeno, que por el buen resultado obtenido y por las circunstancias que concurrieron al solucionar el caso, llevaron a Doña Clemencia a la cumbre de su fama.         

                Benito había sido tuerto desde la niñez, como tenía buen conformar, no dio importancia a su defecto y tampoco se preocupó demasiado de las burlas que de él hacían algunas personas, que seguramente lo único que tenían mejor que Benito eran los ojos. Como digo nunca se preocupó de sus ojos hasta que quiso formar familia y vio que las mozas a las que se acercaba no miraban con buenos ojos sus malos ojos. Una, tal vez la más sincera, le dijo que a ella no le parecía mal pero que con su defecto no podría casarse.

                Fue Benito a ver a doña Clemencia, de la que le habían contado cosas increíbles, que de tan increíbles que eran la mayoría de los vecinos se las creían.

                Para tener cabal idea de la credulidad de los vecinos, nada mejor, que dejar notas de las especulaciones que se hicieron sobre el inquilino del cuarto piso del edifico donde estaba la pensión. En la tarjeta del buzón de la portería figuraba. - "Dos Luís Santa-Mendía - Químico - 4º A ". Era un individuo extraño, de barba y cabellos blancos con gafas y delgado. Por vértigo o capricho subía y bajabas las escaleras con la espalda apoyada en la pared y cuando oía acercase cualquier otra persona, se detenía con la espalda bien apoyada, de modo que los vecinos que se cruzaba con él, nunca sabían si subía o bajaba. Además, al cruzarse con alguien el químico cerraba y abría repetidamente los ojos muy deprisa y luego, con el dedo medio de la mano izquierda se encajaba bien las gafas en caballete de la nariz; pues con los espasmódicos movimientos de los ojos se le habían descolocado. Un observador sagaz se habría dado cuenta de que tras colocarse bien las gafas si sus ojos se dirigían hacia la derecha es que subía y si izquierda es que bajaba. Nunca hablada y respondía a los saludos con una suave inclinación de cabeza.  Las extrañas maneras, y él haberle visto varias veces con enormes libros bajo el brazo, llevó a pensar a los vecinos que lo de "químico" debía ser una tapadera y que era en realidad un brujo. Pensaban que allí había gato encerrado y no les faltaba razón; pues no solo había gato encerrado, sino gato y gata, ya que una pareja tenía el "brujo" en su casa. Ambos felinos eran de la misma raza y exactamente iguales en forma, color y pelaje; la única diferencia entre ellos era que el macho era doble en tamaño que la hembra.

 Como el vecindario solo habían visto o uno u otro nunca los dos juntos ¿quién puede culparlos que llegasen a la lógica conclusión de que el brujo administraba una pócima al animal que le hacía cambiar de tamaño? Una vez conocidos los turbios manejos del brujo, los vecinos, antes de salir se asomaban a la escalera para ver si veían y si le veían esperan que subiese o bajase antes de subir o bajar ellos. Pensaban con temor que aquellos repetidos y rápidos gatillazos o eran mal de ojos o eran ojos malos. Los estudiantes que se reían de la candidez de los vecinos fueron los más temerosos del brujo. El Sr. Santa-Mendía que vivía en feliz ignorancia de las elucubraciones que sobre él se hacían - ningún vecino se hubiese atrevido a manifestarle la opinión del vecindario - no se cuidó en absoluto de deshacer el equívoco y ya puesto creo que, aunque hubiese conocido aquellas absurdas fantasías se hubiese cuidado de aclararlo. Era poco convencional en sus relaciones.

                Continuado con doña Clemencia y Benito decir que tras examinar la vidente al "sujeto", le llevo a una habitación apartada, le dio no sé qué droga y le quedó dormido. Cuando Benito regreso de su "viaje cósmico astral" su ojo tuerto estaba derecho, pero había habido dos pequeñas complicaciones; "dos efectos secundarios indeseables”, que alteraron el ánimo de Benito. El primero de ellos fue notable y notorio. - Su ojo bueno se había torcido. Vino pues Benito a tener sano el ojo tuerto y tuerto el ojo sano. Doña Clemencia con serenidad, sangre fría y voz que rezumaba experiencia dijo que ya imaginaba ella algo así y que casi lo esperaba, pues la "energía visual" de Benito estaba unida entre las sienes, así que cuando un ojo cambiaba el otro también. El concepto que tenía la vidente de la visión era un tanto simple y mecánico; creía que, más o menos, los ojos humanos eran como los de aquellas muñecas de la época que tenían los ojos unidos con un alambre y un contrapeso que cuando se las acostaba escondía los ojos tras los párpados.

                Benito pidió explicaciones que ella habría dado sin pedírselas. Dijo Benito, que para esto no habría hecho falta ninguna experiencia astral, ni cósmica, ni de otro tipo. Que, puestos a ser tuerto, quería serlo como antes, pues por lo menos ya estaba acostumbrado y que ahora veía las cosas muy raras, como " con otros ojos " dijo muy atinadamente.


                Doña Clemencia le tranquilizó, diciéndole - el experimento se repetirá las veces que haga falta, hasta que los dos ojos quedasen parejos -. Cada semana se repetía la experiencia, de modo, que Benito siete días tenía bueno el ojo derecho y siete días el ojo izquierdo. Al principio el "sujeto-objeto" llevó bien la cuenta de que ojo era el de fiar y todo fue bien; pero después de algunas semanas perdió el hilo y estuvo a punto de sufrir serios accidentes por poner su fe en el ojo no de fiar.

                Pasados dos o tres meses, los ojos, ya por estar cansados de este insensato bailoteo o porque el vaivén a que habían sido sometido los músculos oculares los hubiese fortalecidos, tras una sesión astral los ojos de Benito quedaron parejos.

                El segundo efecto secundario fue aún más notable, pero tardo más tiempo en manifestarse, o al menos en caer Benito en la cuenta que lo que le sucedía era debido al experimento de doña Clemencia. Cierto día que Benito quería apagar una vela, se dio cuenta sorprendido en extremo que en vez de soplar daba besitos a la vela quemándose los labios.
                Mayor fue aun su confusión, cuando ya con ojos curados y novio, la primera vez que intento dar un beso a su futura en el cuello, la soplo en vez de besarla. Lo que había sucedido es que, tras el experimento, Benito cuando quería besar soplaba y cuando querían soplar besaba. La incómoda y exótica situación pudo remediarla Benito, cuando cayó en la cuenta de que si lo que quería era besar, lo que debía hacer era soplar, pues su alteración haría que su soplido se convirtiese en beso. Su novia cuando ya sabía cómo conseguir sus besos le decía con inocencia. - " Benito si me quieres, sóplame", con el consiguiente escándalo del observador casual que, al oír aquella extraña petición, se ponía en lo peor

                Es pena, que conociendo el concepto tan mecanicista que tenía doña Clemencia del organismo humano, no podamos oír su explicación a este extraño fenómeno.  
                 
                Este éxito y las circunstancias tan extravagantes de la curación extendieron la fama de Doña Clemencia varias manzanas a la redonda.

                Benito pudo casarse y fue a vivir a Albacete, donde su suegro tenía un pequeño negocio y durante tres años, según me contaron, tuvo los ojos en buen estado, pero cuando su mujer dio a luz su primer hijo, tal vez de la impresión, Benito quedo tuerto de los dos ojos. Hizo un viaje a Madrid con el único propósito de ver a Doña Clemencia y exigirle remedio a sus ojos y a su soplar-besando y besar soplando, pero, nada pudo hacer, puesto que unos meses atrás, la vidente no vio venir un coche que la atropelló y acabo con su vida.

Ricardo García
                 
                 
                              



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